Las
pintura “tosca”, “infantil” e “inacabada” de Cézanne celebra su primera
retrospectiva en España de los últimos treinta años.
A
través de una setentena de obras el museo Thyssen-Bornemisza invita al público
a adentrarse en el universo de Paul Cézanne (1839-1906). Dejando a un lado el
calendario y la cronología nos sumergimos en su particular mundo de manchas de
color para descubrir sus retratos, caminos, desnudos, arquitecturas y sobre
todo, sus bodegones y paisajes.
Cézanne – El aparador (detalle),
1877-1879
Cézanne – La
montaña Sainte-Victoire,
c.1904-1880
|
Y
es que aunque se trate de pintura, no todo se descubre del primer vistazo, algo
que demuestra la sección titulada El fantasma
de la Sainte-Victoire. En ella se contraponen las clásicas naturalezas
muertas del artista con sus numerosísimas vistas de la montaña de
Saint-Victoire. La contemplación de unas junto a otras desvela cómo el francés
retroalimentaba exteriores e interiores, haciendo de la montaña un estudio
ordenado y de los bodegones, un agitado paisaje.
Esto
es precisamente lo que se han propuesto revelar, según indicó Solana, “esa constante relación cruzada, el ir y
venir entre el estudio y el aire libre” y al mismo tiempo “mostrar junto a lo que es evidente, lo que
está en la trastienda”.
Paul Cézanne – Retrato de un campesino, 1905-1906 |
Si
de estos formatos de naturalezas muertas y paisajes hay un buen número de
ejemplos, sólo un ejemplar nos permite comprender cómo el artista reflejaba al
ser humano. Se trata del Retrato de un
campesino, un óleo realizado en los últimos años de su vida donde el rostro
del personaje ha quedado totalmente indefinido.
Así
es como nos encontramos ante un retrato al que le falta la esencia que lo
define como género, el rostro ha sido bloqueado, como los caminos que Cézanne
cerró una y otra vez con piedras, árboles o un cielo tan denso que asemeja a
una pared.
Tan
plúmbeos pueden llegar a ser los cielos del francés, que no dejan de asemejarse
a la consistencia de sus construcciones. En efecto el carácter modular de su
pintura destaca en las vistas de pueblos que serían reflejados más adelante en
movimientos como el cubista.
Cézanne – Gardanne, 1885-1886 |
De
este modo, se puede tener una imagen general y precisa del recorrido de
Cézanne, algo que no ocurría desde 1984, cuando el Museo Español de Arte
Contemporáneo (MEAC) organizó una exposición que Carmen Thyssen-Bornemisza
consideró en la presentación que ha sido superada con ésta de su propio museo, pues
destacó que la presente “va a hacer
historia”.
Solana explicó además que si se había tardado tanto en hacer de nuevo, es porque para abordar a este autor hace falta “mucho coraje” pues hay un gran riesgo de defraudar las expectativas del público. “En los primeros tres meses estuvimos a punto de tirar la toalla por la dificultad”, aseguró.
No obstante, los tiras y aflojas, los préstamos y contrapréstamos han hecho posible
exponer estas obras que en sus comienzos fueron despedazadas por la crítica más
feroz. Aquel joven Cézanne que año tras año enviaba sus cuadros al Salón oficial,
sólo encontraba puertas cerradas hasta que logró exponer en la primera muestra
de los impresionistas en 1874.
Tras
aquella, se le consideró el artista más torpe y excéntrico de ese grupo con el
que sólo volvería a exponer tres años más tarde. La falta de aplauso y los
ataques a su pintura “brutal”, “tosca” o “primitiva” sólo se darían la vuelta en
1895 con su primera exposición individual, donde aquellos adjetivos se
convertirían en elogios inspiradores.
De
sus pinceles beberían los artistas de la siguiente generación, como puede
observarse en los sintetistas Émile Bernard y Paul Gauguin o en las imágenes
cubistas de Georges Braque, algunas de las cuales también encontramos
expuestas, para dar evidencia de la huella de Cézanne.
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Cézanne Site / Non-site podrá
visitarse en el Museo Thyssen-Bornemisza
de Madrid hasta el 18 de mayo.
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