miércoles, 28 de octubre de 2015

Mestizaje noir. Tinta viviente en las manos de Baudoin y Vargas

Las manos de Edmond Baudoin se deslizan sobre el papel en una danza frenética que deja recuerdos de tinta aquí y allá hasta formar un todo. Una escena que tuvo lugar ayer en el Institut Français de Madrid con la presentación de Mestizaje Noir, un repaso a la génesis de Los cuatro ríos.

Baudoin comienza a esbozar

Con la Semana Negra de Gijón como telón de fondo, Mestizaje Noir muestra el proceso creativo de esta obra publicada en Francia en el año 2000 y en España, en 2009. En ella encontramos algunas de las planchas originales con las que Baudoin dio vida a las palabras de Fred Vargas, cuyos textos encontraremos yuxtapuestos a las imágenes hasta el 28 de noviembre en la Galerie du 10.

Tinta viviente
Una exposición en la que la tinta ha tomado forma con la palabra y luego, en el dibujo para sorprender incluso al propio Baudoin, que se dijo impresionado por el resultado final y entre risas invitó a visitarla: "Va a estar un tiempo aquí, ¡así que pueden traer a toda la familia!"

De la mano de Lorenzo Silva, autor de novela gráfica negra y alma mater de Getafe Negro, se desnudó el proceso creativo de Los cuatro ríos en una masterclass en la que Baudoin se entregó por completo.

Dando repaso a su relación con Fred Vargas, que más allá de colaboradora es madre de su hijo Baptiste, declaró que la idea de hacer un libro juntos nació de Viviane Hamy, conocida editora francesa de novela policíaca. Ante esa nueva situación para Vargas, que jamás había hecho guion, Baudoin encontró entre sus manos una auténtica novela… pero tan sólo compuesta de diálogo, lo que le llevó a suplicar de Vargas algunas indicaciones adicionales.

Baudoin explica algunas soluciones al exceso de texto

Ante la profusión de texto se topó con un problema “realmente difícil” y trató de crear soluciones para “plasmar la belleza de ese texto en imágenes”. Así introdujo una cabeza repetida y el texto dialogado como en una novela, o a varios personajes en ambos márgenes de la página charlando entre sí con bocadillos que se entrecruzan, o juegos de caligrafías.

Pese a respetar casi en su integridad el texto inicial, el dibujante también jugó con su arte: “a veces hacen falta páginas de silencio”. Tampoco renunció a sus metáforas visuales, repetidas de distintas formas en el libro en un juego con el lector que “probablemente no las analiza pero cuyo efecto sí percibe”.

Y es que la percepción es una clave en este autor. Asegura trabajar muy rápido precisamente con el fin de poder captar el desarrollo de la acción, aunque esto implique volver sobre lo dibujado al menos un par de veces. Como creador multidisciplinar también ha participado en disciplinas tan aparentemente alejadas como la danza y no vacila al afirmar que se trata de “la misma esencia: el escritor mientras crea su novela también la ve como si ocurriese ante sus ojos, está dentro de ese escenario, pero ¿qué escenario? Cada uno tiene que encontrar su método y eso no se enseña, cada cual tiene su música… es como criar a un hijo: hay libros sobre cómo hacerlo pero los padres tienen que ponerse en la situación y hacerlo”.

En cuanto a la creación de los personajes, Baudoin desveló que el chaval de la historia se da un aire al hijo de los autores, un parecido que no es el único y que dio lugar a un off de record tan interesante como inviolable.

Y llega el momento de dibujar
Elige el movimiento: un futbolista tirando a puerta. Primero, como lo ha aprendido (siguiendo leyes de anatomía, proporción, movimiento…) y después, siendo él. “Hace falta que yo sea el jugador, que tenga calor, que sude… como cuando un lector se enfrenta a una novela negra y tiene que pasar inquietud y miedo, así”.

Comienza. Se separa del papel. Imita la postura. Vuelve a acercarse a su hoja en blanco. Vuelve a probar la postura… y tras la danza. La imagen aprendida. Ahora no imita, va a ser. “Con el pincel y la tinta el papel cobra vida: es la música” asegura sonriente y explica al terminar la imagen, “con el primero siempre estaremos contentos y con el segundo, nunca: lo podríamos rehacer mil veces y aun así moriremos pensando en hacerlo de otro modo”.

Futbolista "aprendindo" VS Futbolista "vivido"

De otro modo. Que es como quiere él ver las cosas: “siempre hay que ir al centro de nosotros mismos sin dejarnos llevar por las imágenes que se nos cruzan cada día en la publicidad”. Los presentes le proponen imágenes. Por ejemplo, un bebé que es robado en plena calle. “No voy a dibujar el robo, ni una escena de acción, ni al bebé. Voy a retomar a Munch y voy a dibujar el grito de esa madre”.

Para cerrar, un dibujo especial: el famosísimo Inspector Adamsberg captura a Baudoin. El francés ríe y explica: “no se puede hacer un retrato, es siempre un autorretrato y es lo que ocurre también en este caso... Fred Vargas es Adanberg, pero en lo que a ella le falta porque ella es muy organizada y él no… es lo que ella es en su yo más profundo, lo que sueña ser”. Una gran Fred Vargas ante nuestros ojos captura a un diminuto Baudoin. Y la sala se llena de carcajadas.

Baudoin se despide: “sois una nota musical, id hasta el final”.

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Mestizaje Noir podrá visitarse en la Galerie du 10 del Institut Français de Madrid hasta el 28 de noviembre.


Imagen de la exposición


martes, 4 de febrero de 2014

El “tosco” Cézanne vuelve tras treinta años de silencio

Las pintura “tosca”, “infantil” e “inacabada” de Cézanne celebra su primera retrospectiva en España de los últimos treinta años.

Paul Cézanne – Nieve fundiéndose en Fontainebleau, 1879-1880


A través de una setentena de obras el museo Thyssen-Bornemisza invita al público a adentrarse en el universo de Paul Cézanne (1839-1906). Dejando a un lado el calendario y la cronología nos sumergimos en su particular mundo de manchas de color para descubrir sus retratos, caminos, desnudos, arquitecturas y sobre todo, sus bodegones y paisajes.

Cézanne – El aparador (detalle), 
1877-1879
Cézanne – La montaña Sainte-Victoire
c.1904-1880
Son estos dos géneros los que dan el título de Site / Non-site a la exposición, haciendo referencia al trabajo al aire libre (“site”) y al trabajo en estudio (“non-site”), conceptos acuñados por el artista Robert Smithson. Y a los que quiso añadir el director artístico del museo y comisario de la muestra, Guillermo Solana, en una pequeña pirueta lingüística durante la presentación, los de “Sight / Non-sight”, es decir, lo que se ve y lo que no se ve.

Y es que aunque se trate de pintura, no todo se descubre del primer vistazo, algo que demuestra la sección titulada El fantasma de la Sainte-Victoire. En ella se contraponen las clásicas naturalezas muertas del artista con sus numerosísimas vistas de la montaña de Saint-Victoire. La contemplación de unas junto a otras desvela cómo el francés retroalimentaba exteriores e interiores, haciendo de la montaña un estudio ordenado y de los bodegones, un agitado paisaje.

Esto es precisamente lo que se han propuesto revelar, según indicó Solana, “esa constante relación cruzada, el ir y venir entre el estudio y el aire libre” y al mismo tiempo “mostrar junto a lo que es evidente, lo que está en la trastienda”.

Paul Cézanne –
Retrato de un campesino, 1905-1906
Si de estos formatos de naturalezas muertas y paisajes hay un buen número de ejemplos, sólo un ejemplar nos permite comprender cómo el artista reflejaba al ser humano. Se trata del Retrato de un campesino, un óleo realizado en los últimos años de su vida donde el rostro del personaje ha quedado totalmente indefinido.

Así es como nos encontramos ante un retrato al que le falta la esencia que lo define como género, el rostro ha sido bloqueado, como los caminos que Cézanne cerró una y otra vez con piedras, árboles o un cielo tan denso que asemeja a una pared.

Tan plúmbeos pueden llegar a ser los cielos del francés, que no dejan de asemejarse a la consistencia de sus construcciones. En efecto el carácter modular de su pintura destaca en las vistas de pueblos que serían reflejados más adelante en movimientos como el cubista.

Cézanne – Gardanne, 1885-1886
Sin embargo, no toda la pincelada de este autor es tan compacta. Destaca la enorme diferencia que reina entre lo plano de sus óleos y la enorme ligereza de sus acuarelas mezcladas con lápiz, de una delicadeza en las antípodas de su producción general.

De este modo, se puede tener una imagen general y precisa del recorrido de Cézanne, algo que no ocurría desde 1984, cuando el Museo Español de Arte Contemporáneo (MEAC) organizó una exposición que Carmen Thyssen-Bornemisza consideró en la presentación que ha sido superada con ésta de su propio museo, pues destacó que la presente “va a hacer historia”.

Solana explicó además que si se había tardado tanto en hacer de nuevo, es porque para abordar a este autor hace falta “mucho coraje” pues hay un gran riesgo de defraudar las expectativas del público. “En los primeros tres meses estuvimos a punto de tirar la toalla por la dificultad”, aseguró.

No obstante, los tiras y aflojas, los préstamos y contrapréstamos han hecho posible exponer estas obras que en sus comienzos fueron despedazadas por la crítica más feroz. Aquel joven Cézanne que año tras año enviaba sus cuadros al Salón oficial, sólo encontraba puertas cerradas hasta que logró exponer en la primera muestra de los impresionistas en 1874.

Cézanne – Cántaro de gres, 1893-1894

Tras aquella, se le consideró el artista más torpe y excéntrico de ese grupo con el que sólo volvería a exponer tres años más tarde. La falta de aplauso y los ataques a su pintura “brutal”, “tosca” o “primitiva” sólo se darían la vuelta en 1895 con su primera exposición individual, donde aquellos adjetivos se convertirían en elogios inspiradores.

De sus pinceles beberían los artistas de la siguiente generación, como puede observarse en los sintetistas Émile Bernard y Paul Gauguin o en las imágenes cubistas de Georges Braque, algunas de las cuales también encontramos expuestas, para dar evidencia de la huella de Cézanne.

Cézanne – El camino del bosque, 1870-1871


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Cézanne Site / Non-site podrá visitarse en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid hasta el 18 de mayo.


viernes, 19 de abril de 2013

La sonrisa del payaso triste


“Yo hago reír a la gente… pero ¿quién me hará reír a mí?”. Eso se pregunta con tristeza Benja, el protagonista de El payaso, una bellísima historia sobre la búsqueda de la identidad.



Abrumado por las deudas, la necesidad de conseguir un permiso para su circo itinerante, la lona a punto de destrozarse y mil detalles del día a día, Benja no encuentra sentido a su vida. Es payaso, como su padre, y hace reír a los demás con un número que pese a ser siempre el mismo, provoca nuevas carcajadas cada vez. Siempre los mismos contratiempos, las mismas miserias, las mismas preguntas para el mismo espectáculo: cuál es el nombre del alcalde y el de su esposa, quién es el borracho del pueblo, y al prostíbulo, ¿cómo lo llaman? Una y otra vez. Como cualquier hijo de vecino el personaje encarnado por Selton Mello se busca a sí mismo, su identidad. ¿Quién soy? Esa gran pregunta universal da vueltas en su cabeza como las aspas de un gran ventilador mientras hay que montar y desmontar una y mil veces y todo parece averiarse, hasta la paciencia.

Selton Mello posa antes de la rueda de prensa
De un modo muy poético el calor sofoca a Benja y al propio Circo de la Esperanza, nombre sin duda sugerente. A cada instante surgen los problemas bien trenzados con las dudas existenciales del protagonista y buenos golpes de humor para evitar la incómoda lagrimilla. Y es que hasta de la mayor desdicha se puede sacar una sonrisa. La película desarrolla un argumento tejido con gran maestría para que podamos comprender y tomar cariño al microcosmos circense que arrastra al afligido héroe de pueblo en pueblo sin saber muy bien por qué. A la sensación de calma asfixiante, del tiempo que no pasa aunque los minutos corran, contribuye la dulzura del portugués brasileño, elemento de vital importancia pues las palabras se desleen con una suavidad precisa y encantadora que se pierde con el doblaje al castellano.

El payaso es, tras Feliz Natal, la segunda película dirigida por Selton Mello. Aquí el actor, músico, montador, guionista y director no ha dejado una sola coma al azar. Todo parece destinado a decirnos algo. La fotografía y el sonido se mueven a un mismo son, un mismo compás enfocado a que nos dejemos enamorar por la troupe al completo. Y el amor llega al ritmo de la atractiva y evocadora banda sonora llena de temas autóctonos que apoyan aún más el contexto de la historia. Y el ventilador: esas aspas girando que le obsesionan. Benja las ve, las sueña, se convierten en su oscuro objeto de deseo inalcanzable y por ello cada vez más anhelado. Pero qué significan: ¿aire fresco nuevo para su vida? El polifacético brasileño asegura que prefiere dejar nuestra imaginación volar más allá de sus propias ideas.



Así, a medida que pasan los minutos, el triste bufón no tiene más remedio que alejarse de sí mismo y tomar perspectiva para poder encontrar su camino. Conseguir papeles, un trabajo permanente, una vida estable lejos de complicados ajetreos o visitar la localidad de aquella chica guapa que tanto sonreía y le dijo que fuese a verla. Passos, un pequeño municipio que es todo un guiño pues comparte nombre con la localidad donde nació el propio Selton Mello. Con todo en orden y sin andar de un sitio para otro a cada instante llega el momento de mirarse al espejo del alma para descubrirse a sí mismo y recordar las palabras de su padre: “el gato bebe leche, el ratón come queso y yo soy payaso… ¿y tú?”.

Trailer oficial subtitulado al castellano


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El Payaso (O Palhaço) es el segundo largometraje de Selton Mello, protagonista y director de esta película.

Más información y vídeos en la web de la distribuidora Cada Films o en la web oficial de la película.

miércoles, 17 de abril de 2013

Profundidad y profesionalidad como salvavidas


Si el periodismo está en crisis, el cultural está camino de la UCI, pero siempre se puede hacer algo para salvar la vida. Borja Hermoso, Jesús García Calero, Manuel Llorente, Ramón García Pelegrín y Mario Moros de la mano de César Antonio Molina apuestan por la calidad, el compromiso y el rigor.

Mario Moros, redactor de cultura de Cuatro, nos lo advierte: optar por el periodismo cultural es presentarse a la carrera con un caballo no ya cojo o inválido sino de cartón. Eso sí, hay que saber que también puedes ganar así. Su advertencia queda suavizada por Jesús García Calero. El redactor Jefe de Cultura del diario ABC recuerda las palabras de un conocido: “lo único que resiste cuando las torres caen es la cultura”. De eso se trata, de un hilo de acero que sujeta nuestra sociedad pues cultura es lo que nos une, lo que nos conforma como somos, lo que modela nuestro pensamiento. Claro que la conferencia no trata sobre cultura sino sobre información cultural y eso es otro cantar. Borja Hermoso (Redactor Jefe de Cultura de El País) lo tiene clarísimo: “hay que explosionarlo y empezar de cero”. Ésa es su táctica para que desaparezcan los malos vicios de la profesión. Y parece ser que todos los demás la comparten.

El asunto parece claro. Si el sector periodístico está en crisis, el cultural, más. Que la irrupción de lo digital ha pillado a la profesión con el paso cambiado es cierto, pero la culpa no es sólo de la rapidez de los cambios o de la gestión empresarial sino también de los periodistas, faltaría más. Señalan con el dedo a la soberbia periodística que ahora las redes sociales ayudan a rebajar dado que tenemos la oportunidad de saber cuándo lo hemos hecho mal y cuánto. Así, con la humildad en mente, se asume el reto del rigor. “No podemos aburrir, no podemos contar las cosas de cualquier manera” dice Jesús García Calero y continúa apuntando a cómo defenderse de ese extraño fantasma amigo y enemigo íntimo que es lo digital. Habrá que aportar profundidad, orden y jerarquía en la montaña de datos que es la web porque aunque todo haya cambiado mucho en muy poco tiempo, lo cierto es que ahora hay más lectores y soportes que nunca. Moros ataca también al mismo flanco, a la mirada diferente para relatar lo nuevo: “si no nos podemos quitar los ojos, hay que cambiar la mirada”. Nos aconseja acercarnos para narrar la historia que hay detrás y no renunciar a la altura de los temas, huir de la confusión de cultura con espectáculo banal.

Ramón García Pelegrín, Redactor Jefe de Cultura de Cope, contribuyó a subrayar la importancia de la cultura al hacer ver que el arte ayuda a apreciar la realidad. Anota que en los informativos radiofónicos se la relega a una especie de furgón de cola, a un último lugar antes de la despedida pero quiere verlo con optimismo y aunque eso significa que a menudo cae de la parrilla, también la convierte en una última página, una contraportada que deja buen sabor de boca. Claro que el punto de pesimismo (o toque de realidad, según se mire) no podía faltar y él lo puso metafóricamente al decir que todas las radiografías son en blanco y negro, pero la del periodismo cultural sale más negra que blanca.

Foto de Aurelio Martín

En conclusión, los cinco parecieron de acuerdo en que la profesión está de capa caída, tiene mala prensa y la solución pasa por una mejora de la calidad teniendo al lector, oyente o espectador en la cabeza. “Siempre va a haber gente con ganas de que le cuenten historias pero no de que le vendan motos” auguraba Borja Hermoso apoyado por el Redactor Jefe de Cultura de El Mundo, Manuel Llorente, que añadió: “una buena historia bien contada jamás va a morir”. Todos coinciden en que la frescura no debe implicar una falta de profundidad en los temas, que se deben tratar con rigor tanto en el fondo como en la forma pues hacerlo de modo poco profesional (por ejemplo, vídeos grabados sin saber hacerse) vulgariza el oficio y da pie al convencimiento de que cualquiera es periodista. Respecto a este fenómeno Moros asegura que desde el instante en que todos tenemos un teléfono móvil (o cachirulo similar) con el que poder informar de cualquier hecho en cualquier momento a toda velocidad, “ya no se trata de contarlo el primero sino de hacerlo mejor”. Y para hacerlo bien hay que ponerse en su sitio, “el buen periódico es el que no se olvida de que es de los lectores” indica certero Jesús García Calero. En el caso del periodismo cultural cabe recordar que el amiguismo con el protagonista de la noticia que se cuenta es tan dañino como en cualquier otro sector periodístico, sea político o económico y por tanto convertirse en un altavoz de los agentes culturales resulta un verdadero error. Así que situémonos todos frente al espejo y recitemos con convencimiento y voz clara: ¿…y tú me preguntas qué es cultura clavando en mi pupila tu pupila azul? Ahora, con rotundidad: Cultura no eres tú.

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El ciclo de conferencias ‘Periodistas y Periodismo’ está organizado conjuntamente por IPECC, FAPE y Agencia EFE y tiene lugar en La Casa del Lector.

Los ponentes de esta conferencia sobre Periodismo cultural fueron:
  • Borja Hermoso, Redactor Jefe de Cultura de El País.
  • Jesús García Calero, Redactor Jefe de Cultura de ABC.
  • Manuel Llorente, Redactor Jefe de Cultura de El Mundo.
  • Ramón García Pelegrín, Redactor Jefe de Cultura de Cadena Cope.
  • Mario Moros, Redactor de Cultura de Cuatro.

El moderador de la misma fue el propio Director de la Casa del Lector, César Antonio Molina.

Se puede leer más sobre esta mesa redonda también en la web de FAPEde la APM o de IPECC.


miércoles, 10 de abril de 2013

¿Seguro que es pintura?


Dan ganas de comerse las piruletas, jugar al pinball, conducir las motos, jugar con la nieve o llamar desde las cabinas. Pero no se puede. Son aún más reales que fotografías, pero no hay que engañarse: son pinturas.

Roberto Bernardi - Meeting (Reunión), 2012

Si en las cartelas no especificase que son óleos o acrílicos costaría mucho creer que no son instantáneas. Y sin embargo, nada más alejado de la realidad. Para dejarnos boquiabiertos estos pintores emplean largas horas, semanas y meses. Su trabajo no es breve en absoluto. Hiperrealismo 1967–2012 nos propone un recorrido desde los inicios de este movimiento hasta ahora mismo a través de distintas tendencias representativas que van desde el mundo del motor, los objetos cotidianos, las ciudades o el casi inexistente retrato. Medio centenar de obras que podemos contemplar en el Museo Thyssen‐Bornemisza de Madrid gracias a la organización del Institut für Kulturaustausch (Instituto para el Intercambio Cultural de Alemania).

Chuck Close - Self Portrait, 1977
Nada más bajar las escaleras el Rookery Building de Chicago nos da la bienvenida. El hall que proyectase Frank LLoyd Wright cobra vida ante nuestros ojos de la mano del galés Ben Johnson. Su obra, junto a dos sorprendentes retratos de Chuck Close y unas gigantescas bolsitas de azúcar gentileza de Ben Schonzeit, sirve de aperitivo para la exposición. Abran bien los ojos porque a partir de aquí comienza el recorrido para conocer más de cerca este movimiento artístico nacido en los años sesenta.


Don Jacot - Rush Hour (Horapunta), 2009
Los pequeños objetos cotidianos aumentan de tamaño para llenar nuestra mirada de colores vibrantes en la primera sala, Bodegones (still lives). Unos colosales cochecitos de hojalata se desesperan atrapados en una carretera ficticia creada por Don Jacot. Se trata de Rush Hour (Hora punta) un episodio muy colorido de 2009 que recuerda a los juguetitos de Charles Bell que tenemos en la pared contraria. De este papá americano de los bodegones fotorealistas impresiona Paragon (1988), un pinball visto tan de cerca que parece que la bolita podría saltarnos un ojo sin dificultad alguna. Para poner un contrapunto entre tanto éxtasis de color aparece America’s Favourite (Los favoritos de América). Esta imagen de 1989 nos muestra a través de los ojos de Ralph Goings lo que encontramos sobre la mesa de un típico restaurante de comida rápida estadounidense. Distintos botes, salsa de kétchup, servilletas y la carta sobre la lustrosa mesa de la cafetería. Aunque todo esté listo para pedir un menú y satisfacer nuestro apetito, éste no es un ejemplo paradigmático de este autor de la Costa Oeste, cuyas imágenes más repetidas son grandes coches y camiones. Aunque puestos a picotear no habrá para los golosos nada mejor en toda la muestra que el Meeting (Reunión) de Roberto Bernardi. Las piruletas, caramelos y golosinas que inmortalizó el año pasado el italiano hacen la boca agua si bien habrá que tomarse algún tiempo para devorarlos porque su más de medio metro podría con el más voraz de los glotones. No sería justo irse de esta sala sin echar un ojo a las dos obras de la representante femenina más importante de la primera generación de este movimiento. Tanto Shiva Blue como Queen (Reina) son realmente impresionantes, pero los brillos que alcanzan los tubos de óleo apilados en el primero nos hacen preguntarnos por qué Audrey Flack decidió abandonar el lienzo por la escultura.

Audrey Flack - Shiva Blue, 1972‐73


Peter Maier - Gator Chomp, 2007
Y de los infantiles coches de chapa, a las adultas carrocerías relucientes con En la carretera (on the road). Los motivos de motos, coches, caravanas, camiones, etc. son muy apreciados por los seguidores de este movimiento pues les permiten la representación de superficies deslumbrantes muy complejas de pintar además de reflejar el ‘american way of life’ (‘estilo de vida americano’), algo muy propio sobre todo de los representantes de la primera época. A cualquiera le entran ganas de montarse en la Triumph Trumpet (1977) de Tom Blackwell o en la Butler Terrace (1973) de David Parrish. Es una verdadera lástima que carezcan de tercera dimensión porque parece que sus motores están a punto de rugir como locos. Eso sí, nada tiene que envidiar el relumbrante detalle del Mobile Reentry Vehicle (1990) de Gus Heinze o los escarabajos beige de Don Eddy que conforman el cartel de la exposición. Claro que si algo refulge en esta sala son las dos obras del diseñador gráfico Peter Maier. Y no es casualidad. Maier no sólo es artista sino que también diseña automóviles por lo que su técnica difiere de todo lo que nos vamos a encontrar aquí. Nada de tinturas habituales en arte sino pintura especial para coches aplicado con aerógrafo sobre una superficie de aluminio. Así, con hasta veinticinco capas de color, puede engañar a nuestro ojo al que le cuesta asumir que no está ante un objeto tridimensional.

Izda. Tom Blackwell - Triumph Trumpet, 1977
Dcha. David Parrish - Butler Terrace, 1973


Tom Blackwell - Sequined Mannequin
(Maniquí con lentejuelas)
, 1985
Tenemos que apearnos para pasar a la sección más amplia. Ciudades (cities) contiene más de veinte ejemplares ante los que pararse un buen rato. Las superficies brillantes y los reflejos de cristal vuelven a tener gran importancia de la mano de escaparates, detalles metálicos o letreros luminosos. Pero también entran aquí en juego las grandes perspectivas aéreas de las ciudades, casi desiertas de vida humana para la ocasión. Davis Cone nos invita en Cameo (1988) a visitar un cruce de calles en los que no hay un alma. No es que no den ganas de pasear porque todo es tan real que cualquiera diría que podemos entrar al cine que da título al cuadro pero lo cierto es que no hay nadie paseando por ahí. Algo similar ocurre con el Nedick’s (1970) de Richard Estes, un restaurante de comida rápida de metales resplandecientes pero en efecto poco frecuentado. Tom Blackwell sustituye también lo humano por lo artificial con Sequined Mannequin (Maniquí con lentejuelas) 1985. Tan sólo en los reflejos del escaparate o a través de él podemos adivinar a personas reales. Semejante es el efecto de las frías cabinas telefónicas de Richard Estes con Telephone Boots (1967), una composición geométrica siguiendo su particular estilo. Y de estos fragmentos urbanos, a los grandes paisajes de agitadas metrópolis. Looking Back to Richmond House (2011) abre la veda. Anthony Brunelli nos muestra Main Street (1994) en su clásico formato de foto panorámica, que muy probablemente habrá topado también él mismo. Robert Neffson nos sitúa en el cruce de 57th Street and 5th Avenue (2010) justo después de que haya llovido.

Robert Neffson - 57th Street and 5th Avenue
(La Calle 57 y la Quinta Avenida)
, 2010


Pero Bertrand Meniel se merece párrafo aparte y un buen Sinatra cantando a pleno pulmón para poner banda sonora a su cuadro del año pasado The City That Never Sleeps. La ciudad que hemos visto en tantas películas se desnuda una vez más para nosotros y nos deja disfrutar de todos los rasgos de su anatomía. A la caída de la tarde las luces se encienden en los grandes rascacielos, los neones cobran vida y el ajetreo en las calles no descansa. Estamos entre la Séptima Avenida y la Calle 50. No hay ninguna duda porque en el Winter Garden Theater ponen Mamma Mia y podemos observar cada detalle de este cruce. Casi podríamos colarnos en el pub irlandés Emmett O'Lunney's después de ver el musical aunque si nos ponemos voyers incluso nos daremos cuenta de que a un hombre se le ha olvidado echar las cortinas y vemos cómo se está abrochando los pantalones. Hasta ese punto llega la minuciosidad de este fotorrealista francés cuya vista debe ser magnífica dado que su lema es “si puedo verlo, puedo pintarlo”.

Bertrand Meniel - The City That Never Sleeps
(La ciudad que nunca duerme)
, 2012


Raphaella Spence - Canal Grande, 2007
Dejando a un lado, o atrás quizá, la indudable vista de lince de Meniel, vale la pena asomarse al Canal Grande (2007) de Raphaella Spence, admirar El Arno al atardecer (2007) de Anthony Brunelli o el Pont des Arts  (2008) de Robert Neffson. En estos tres cuadros el agua alcanza destellos de increíble realidad al tiempo que se funde con el cielo y con el paisaje urbano. Si resultaba curioso el modo de trabajo de Peter Maier, Spence no es menos. Se pasea por el orbe sacando fotos con una supercámara de 66 megapíxeles desde un helicóptero y después, ni corta ni perezosa, traslada las instantáneas al lienzo píxel por píxel. Este encaje de bolillos es el que permite la nitidez que nos asombra cuando estamos ante su trabajo. Cuando parece que ya no podemos ver nada más, llega Robert Gniewek y sus juegos de luz y atardecer. En la gasolinera de Gas (1990) ya se observa un excelente manejo de la iluminación artificial pero lo que consigue casi veinte años más tarde con Monaco Casino (2009) es asombroso: recortadas contra una noche realmente cerrada contrastan la calidez de las farolas que alumbran a la izquierda con las frías lucecitas de la marquesina del casino en primer plano. Cualquiera diría que hay un interruptor que permite apagar.

Robert Gniewek - Monaco Casino (El Casino de Mónaco), 2009


Y ya a punto de dejar la ciudad nos sorprende el temporal de nieve. Randy Dudley nos lleva a una calle realmente incómoda de transitar con 18th Street Near Wentworth (2009) y Rod Penner nos presenta una escena tan bucólica como ausente de vida que data del 98 en 212/ House With Snow. Una casita blanca rodeada de nieve digna de película navideña en la que los críos están a punto de salir y hacer un muñeco con zanahoria por nariz incluida.

Rod Penner - 212/ House With Snow (212/ Casa Nevada), 1998


Bernardo Torrens – Allí te espero, 2003
Ahora llegamos al final. Tras más de cuarenta obras carentes de vida llegan los retratos que tanto escasean en este movimiento. Siete son las obras que nos brindan en Cuerpos (bodies). Serina ’72 (1972) nos da la bienvenida semidesnuda pero eso sí mucho más pudorosa que Oksana ’94 (1994), que nos espera con el liguero y todo. Ambos son hermosos cuerpos sin rostro cortesía de John Kacere, el fotorrealista que le dedicó al cuerpo femenino toda su carrera a partir del año 69. Siempre cuerpos semidesnudos, siempre recortados de la cadera a la rodilla. A veces de frente, otras de espaldas y en ciertas ocasiones, de pie en lugar de tumbados. Varían las telas, el nivel de puritanismo y las modelos. Sólo eso. Otro de los pocos artistas hiperrealistas a los que les interesan los seres humanos más que la tecnología y lo brillantoso es el israelí Yigal Ozeri. Éste se centra en mujeres generalmente jóvenes y hermosas en paisajes de ensueño, con un aire un tanto élfico. Es el caos de Jessica in the Park (2010) aunque no tanto de Lizzie Smoking (2010) cuya actitud resulta más descarada mientras deja escapar volutas de humo por sus labios entreabiertos. Parpadeen lo que quieran pero lo crean o no, lo que están mirando no es sino óleo sobre papel. Para poner el punto y final llega Bernardo Torrens, un pintor madrileño especializado en el cuerpo, particularmente femenino y generalmente desnudo. El último rayo de sol (2006) es una buena muestra de la idiosincrasia de su obra, una mujer desnuda de cuerpo entero. Sin embargo, resultan también muy interesantes Allí te espero (2003), una composición eminentemente clásica pero cuyo hiperrealismo no tiene nada que envidiar, así como Pinche (2006-2007), una imagen más costumbrista pero capaz de dejar de piedra por su autenticidad.

Yigal Ozeri - Jessica in the Park (Jessica en el parque), 2010


Hasta aquí la exposición Hiperrealismo 1967–2012. Ahora sí llega el momento de salir al mundo real y preguntarse si de verdad lo es.

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Hiperrealismo 1967-2012 podrá visitarse en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid hasta el 9 de junio.