lunes, 25 de febrero de 2013

La presa


Te ha visto. Ya no puedes evitarlo.

Clava su mirada azul en ti y se acerca. ¡Dios mío! Te azoras, bajas la vista. Sonríe dulcemente sin dejar de aproximarse. ¡Dios mío!

Empiezas a sudar frío como si no hubiera mañana. Intentas recordar lo que te enseñó aquella profe de la autoescuela: “si un camión te hace de pantalla y nadie puede cruzarse hacia ti, aprovecha el momento”. Está claro. Esa amable ancianita hará las veces de camión.

No. No funciona. La dribla y va directamente hacia ti.

No habrá una segunda oportunidad. Eres su presa. Empieza a hablar como si fuerais grandes amigos… a saber de qué ONG acabarás siendo hoy.

sábado, 23 de febrero de 2013

La noche de las mandarinas


Como si le fuera la vida en ello. Así lloraba. Desconsolado. Tanto que hipaba. Con su uniforme de soldado que estaba disfrutando las delicias de la hoy ya casi olvidada mili. Bajando las escaleras mecánicas del metro. A lágrima viva. Ella paró a ver qué le ocurría al pobre chaval. “¡Han dado un golpe de Estado!, ¡han tomado el Congreso!” Ella le miraba de hito en hito. ¿Es que siempre tenía que pararse a hablar con el más loco, por Dios? “¿Qué dices, cómo que han dado un golpe de Estado?, ¿quiénes…?” Toda la gente observaba al tipo, incapaz de calmarse, y se miraban entre ellos. El pobre muchacho entre lágrimas y mocos trataba de contestar… estaba absolutamente acojonado: ¿por qué le había tenido que tocar mientras hacía la mili…? Y de repente alguien lo confirma, “que sí, que es verdad, que lo están diciendo por la radio…”. Desde luego aquello no aportó nada de calma al ambiente.

Era cierto. Habían dado un puñetazo en la mesa de la recién nacida democracia. Corría el año ochenta y uno y hacía poco más de cinco años que se había muerto el dictador. Unos tipos con trajes militares y profusos bigotes pretendían hacerse con el poder. Se nos estaba yendo de madre el país, pensaban ellos. Aquel chaval que se deshacía en sollozos tenía razón y el hombre del transistor, también. La pobre muchacha que terminó por creerle era mi madre, que había quedado con el que entonces era su novio. Ella vivía en Móstoles, que hoy está muy cerca del centro de Madrid pero entonces ir y venir era toda una odisea. Preocupada, como es normal, quería ponerse en contacto con los suyos así que fueron a casa del entonces novio y actual marido, y llamaron por teléfono. Era imposible. No había modo de localizar a nadie: ni su hermano, ni su madre, ni su padre. Y mientras, la radio y la tele en marcha malcontando como se podía lo que estaba ocurriendo. La falta de comunicación cada vez resultaba más inquietante así que decidió volver al hogar, otra vez a coger la camioneta e iniciar ese largo viaje. Mi padre la acompañó, como siempre, siguiendo el mismo camino de siempre. Sólo que esta vez no iban tan despacio y no se pararon a tomar una caña porque no se trataba de ningún paseo. En Móstoles todo resultó estar en calma, toda la familia estaba bien. Ahora, cada uno desde su casa, siguieron las escasas y turbulentas noticias que se daban sobre el único tema del día.

La información era limitada y desde luego no muy alentadora. Los periodistas en el Congreso estaban acogotados y aun así trataron de seguir haciendo su trabajo: comunicar. Pedro Francisco Martín grabó las celebérrimas imágenes; casi media hora de Historia conservada en su cámara. Cuando le dijeron, «no intentes tocar la cámara que te mato; desenchufa eso» en lugar de apagar el aparato, sólo desconectó el piloto rojo y cada instante fue retransmitido a sus jefes y después escondido bajo el sillón del director general de RTVE. Pedro Sorela tuvo el dudoso honor de entrevistar a Tejero, fue el único periodista que lo hizo. Al parecer al teniente coronel, que no teniente como le llamó el plumilla, no le terminó de caer en gracia aquel joven de Europa Press y la entrevista no fue demasiado larga. Pero el caso es que fue.

Mientras tanto la mayor parte de los españolitos estaban pegados al transistor y a la tele como si no hubiera mañana. Mejor dicho, por si no había un mañana. En Valencia los tanques se paseaban por las calles de la ciudad y aquello no debía de resultar nada tranquilizador. Menos, para quienes acababan de vivir una dictadura. Aún menos, para quienes incluso habían vivido una guerra. Las ondas fueron en muchos sentidos protagonistas aquella noche, aquella madrugada. Cuando ya era día 24, concretamente la una y catorce minutos, el rey apareció en las pantallas de los televisores. Era un monarca que venía directamente heredado de un tirano de la altura de Franco y muchos desconfiaban de él. Lo cierto es que tampoco ahora se puede decir que la Casa Real esté boyante y reciba un gran apoyo popular, pero en aquel instante Juan Carlos I se ganó el respeto y el cariño de muchos ciudadanos españoles. “…Ante la situación creada por los sucesos desarrollados en el Palacio del Congreso y para evitar cualquier posible confusión, confirmo que he ordenado a las autoridades civiles y a la junta de jefes del Estado Mayor que tomen todas las medidas necesarias para mantener el orden constitucional dentro de la legalidad vigente…”. Tras aquellas palabras debió escucharse un suspiro de alivio en manzanas a la redonda. Una especie de exhalación catártica colectiva.

Mi padre devoraba mandarina tras mandarina. Nunca me ha quedado claro cuántas pudo engullir. Lo cierto es que él nunca ha sido de muy buen comer, pero cada vez que me lo cuenta había más fruta entre sus manos. ¿Un par de kilos quizá? Sospecho que al menos uno sí caería y la verdad es que ya está bien para que sea de una sentada, pero la tensión nerviosa lo requería. También a él le hicieron detener momentáneamente su hercúlea tarea carpantiana las palabras del monarca.

Mi madre se encontraba tendida sobre su cama junto al transistor que había colocado en la almohada, pegado a su cabeza. Llegó a escuchar aquel famoso discurso pero quién sabe cuándo se durmió. Mi padre, una vez agotadas todas las mandarinas dulces, amargas y de cualquier tamaño que hubiera podido atrapar entre sus dedos, también se dejó tentar por Morfeo. Eso calculamos que fueran ya las 5 de la mañana, poco antes del alba… quizá antes o después, es otro dato un poco difuso, como la cuestión frutera. Al día siguiente nadie trabajó demasiado porque había mucho de lo que hablar. Casi todos habían trasnochado, atentos a lo que podiera suceder y no llegaron a la hora acostumbrada.

La indigna imagen de los militares saltando por las ventanas del Congreso ha quedado grabada en muchas retinas. Igual que la manifestación que puede ser recordada como una de las más multitudinarias que han tenido lugar en nuestro país. Hay miles de historias de aquel día terrible que mantuvo con angustia a casi toda la población de este pedazo de tierra. Hay tantas historias como personas que lo vivieron, pero para mí el 23-F siempre será “la noche de las mandarinas”.



jueves, 21 de febrero de 2013

Alberto Garzón: “yo lo que quiero es la revolución”


¿Quién es el ladrón y quién el robado en esta película? Ése es el subtítulo de La gran estafa, el último libro de Alberto Garzón. Algo más de doscientas páginas en las que el joven diputado le da la vuelta al filme de la crisis.

Garzón interpreta “la actual crisis económica como un extraordinario saqueo de las finanzas públicas y de los bolsillos de los ciudadanos por parte de un sector minoritario de la sociedad”. A partir de esta premisa reflejada en las primeras líneas del ensayo parten cuatro capítulos en los que el autor analiza qué ha ocurrido y a través de qué mecanismos, en qué medida tiene relación con las ideologías y qué sociedad podemos desear. Sin embargo la pregunta que vertebra todo el texto no es quién se ha beneficiado (y beneficia) de esta situación económica sino una mucho más positiva: ¿cómo podemos salir de este atolladero?

El ciclo del capital
Ejemplo de crecimiento simbiótico en Europa - fuente propia
La clave del problema para un economista como es Alberto Garzón está en analizar el funcionamiento del sistema económico en el que vivimos inmersos, es decir, el capitalismo. Así, a través de múltiples ejemplos nos muestra cómo el rumbo capitalista va siempre encaminado a la obtención de más y más rentabilidad en una espiral sin fin… o con un fin, cuando algo falla y llegan los contratiempos, la crisis. Se trata, como es evidente, de una estructura destinada al agotamiento tanto de sus recursos humanos como de los recursos naturales del planeta. También para explicar la situación financiera hace alusión a los modelos de crecimiento simbiótico que se han creado en el seno de Europa. Es decir, los países del centro (los más ricos), como Alemania se han dedicado a exportar bienes a los países periféricos (los más pobres), como España y éstos últimos, han comprado esos productos muchas veces a partir del dinero que era prestado por los primeros en una especie de círculo vicioso que se retroalimenta hasta que alguna pieza del mecanismo se estropea.

Ejemplo del ciclo del capital - fuente propia

El timo y el saqueo
Y ante una situación de crisis real aparece la estafa en distintos modos. Los mecanismos para orquestar este atraco al Estado de bienestar han sido muchos y variados, entre los que se destaca el haber potenciado los impuestos indirectos en lugar de los directos de modo que la solidaridad del sistema trastabille. Aquí cabe algún desmentido como el que la deuda pública lejos de dispararse antes de la crisis lo hizo después y por tanto no es causa de ésta sino una de sus consecuencias. Otro de los ejemplos de este timo es, en palabras del diputado, el siguiente: “se ha permitido que un banco pudiera pedir prestado al uno por ciento nuestro dinero, el dinero público del Banco Central, para prestárnoslo a nosotros mismos al siete por ciento… nos prestan nuestro dinero más caro para enriquecerse; además las entidades que han sido rescatadas”. Nos encontramos entonces ante una socialización de pérdidas, riesgos y deudas pero nunca de beneficios. Según nos cuenta y dado que se trata de un proceso que pretende obtener siempre más y más rendimiento y ahora no funciona, siguiendo sus reglas sólo se puede pelear a la baja. Es decir, hay que vender más barato y para ello abaratar las materias primas y tener menos trabajadores más baratos hasta que se rompa el ciclo negativo. Sin embargo para él esto supone un auténtico acto de fe puesto que todos parecemos jugar la misma partida y nada asegura quién será el vencedor. De este modo nos convertimos poco a poco en un “país en vías de subdesarrollo”.

                                               Cambalache: solidaridad por caridad
Protestas en la Puerta del Sol - David Ruíz
En este contexto la desafección por la política es mayoritaria. Desde el gobierno “se ha sustituido la solidaridad, que es compartir, por la caridad, que es dar” y “nos venden el exilio como si fueran vacaciones”. En definitiva, el Estado parece estar ausente. Las instituciones ni están ni se las espera. Y la distancia entre la clase política y la ciudadanía no para de crecer. Hay ejemplos de sobra y Garzón subraya, “las encuestas dicen que el ochenta por ciento de la población está a favor de la dación en pago retroactiva y los dos grandes partidos en todas las votaciones desde hace tres años han votado en contra. Cuando los partidos políticos están votando en contra de lo que opina la mayor parte de la ciudadanía, tenemos un problema democrático”. A pesar de lo que se pueda pensar él no cree que esto signifique una despolitización sino muy al contrario, una vuelta de las ideologías.

Puerta del Sol, movilizaciones del 15-M en Madrid, un movimiento
que representa "un grito mudo" para Alberto Garzón - Foto de Elena del Estal

Necesidad de cambio
Alberto Garzón durante la rueda de prensa
Con el credo predominante puesto en entredicho hay que repensarlo todo. Afirma que “la socialdemocracia como concepto teórico está acabada si no lucha contra el marco institucional actual” y al mismo tiempo considera que el marxismo lejos de estar anticuado, es muy necesario en este momento. “Es una ideología antigua, pero no anticuada”, matiza. Consciente de la rigidez de su partido, Izquierda Unida, que sin embargo es de los más flexibles al estar concebido también como movimiento social, considera que la ‘marca’ de la organización está algo quemada y tiene connotaciones negativas para alguna gente. En este mundo mediatizado en el que la imagen vale tanto como para que un partido como el PSOE plantee cambios en su nombre o utilice el color azul en lugar del característico rojo, Garzón no duda en afirmar “yo lo que quiero es la revolución, por decirlo de una forma muy sencilla, una transformación social”.

Retomar las riendas
Ante la actual situación hay que plantear la sociedad que queremos construir. Así lo hace ver en el tercer capítulo de este ensayo: podemos encaminarnos hacia una sociedad bárbara de semiesclavitud o luchar por alcanzar el Estado de derecho y una democracia real, que vaya más allá de un pálido reflejo de lo que debería ser. Para ello sería preciso un nuevo proceso constituyente así como denuncia en su obra la necesidad de una base social y la creación de nuevas instituciones en las que reine una absoluta transparencia, sanciones que limiten la corrupción y una justicia ágil puesto que al fin y al cabo “el corrupto es corrupto porque puede”. Reivindica una educación política para que la población comprenda realmente qué ocurre a su alrededor, una información que vaya más allá del impacto puro y duro y una política limpia y participativa. En su opinión es inevitable que este mundo llegue a su fin lo haga de modo pacífico o no y tendrá que enfrentarse al dilema de “socialismo o barbarie”. La decisión es fundamentalmente nuestra. Como deja escrito en su libro “siempre nos queda la posibilidad de retomar las riendas de nuestra propia vida”.

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La gran estafa (ed. Destino) es el último libro publicado por Alberto Garzón Espinosa.


domingo, 10 de febrero de 2013

El absurdo sentido de la vida


¿Puede la explicación de un chiste ser mejor que el propio chiste?, ¿es la vida un sinsentido?, ¿disfrutan los infantes de la infancia tanto como los adultos del adulterio? Probablemente no resuelvan todas estas preguntas yendo a ver Desnudo nadie es perfecto, pero eso sí, pasarán un buen rato.


Como ya dijo Joe E. Brown “nadie es perfecto”. Y desnudo menos, podríamos añadir ahora. A lo mejor por eso Chema Moro (Che) y Alfonso Mendiguchia (Alf) van restando prendas a su atuendo a lo largo de esta función, para enamorarnos con su humor dialéctico. El espectáculo que han elaborado estos dos actores se basa en el absurdo en todo su esplendor y nos lo dejan claro desde el principio. Ellos saben que son absurdos, saben que la vida en sí es absurda y por tanto se quitan el antifaz y salen del armario. Durante hora y media aproximadamente tratan de convencernos de que también nosotros somos absurdos: si no, ¿por qué hemos perdido nuestros valiosos tiempo y dinero en ir a verles en lugar de hacer algo más productivo, como leer un libro?

Una sucesión de escenas sin hilo argumental más allá de la ilógica vital es lo que ellos ponen sobre las tablas. Alf, como Alf, el de Alf… y Che, como el Che, el de los posters y las camisetas… nos hacen visitar a diferentes personajes cotidianos. Así conocemos a unos suicidas tan malhumorados ante la impuntualidad del tren que pierden hasta las ganas de quitarse la vida, a un pescador de no se sabe qué o a un pobre incauto que pretende darse de baja de su compañía telefónica. Todas son escenas más o menos ancladas en la realidad y a través de ellas nos muestran lo estúpido, lo incoherente y descabellado que puede llegar a ser el día a día del común de los mortales.



Cuando les vimos colarse en la cueva de La escalera de Jacob iban muy arregladitos, con traje, con corbata y hasta con tirantes. Pero en los tránsitos entre escenas aprovechan, echándose un baile, para ir aliviando la carga textil. De ese modo el clímax de la obra lo vivimos ya en calzoncillos. Ahora sí. Por si no lo habíamos comprendido nos dejan claro que su humor está basado en el lenguaje, es eminentemente lingüístico-sintáctico, rápido como un torbellino y según ellos, muy español. El ping-pong dialéctico que han desarrollado hasta este instante se vuelve aleteo de colibrí para provocar la hilaridad del público. Después, como todo clímax, tiene su dulce descenso. Pudibundos se enfundan en sendos pijamas y nos mandan a hacer algo útil como leer o dormir. Eso sí, no sin antes recomendarnos un mantra colectivo. Cójanse de las manos y reconózcanlo: sí, soy absurdo.

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jueves, 7 de febrero de 2013

Luz y naturaleza desdibujadas


“¡Mi taller! Pero yo no he tenido nunca taller, y no comprendo que alguien se encierre en una habitación”. Las palabras de Claude Monet publicadas en La Vie Moderne son toda una declaración de intenciones que reflejan el espectáculo de esta exposición.


C. Monet - El deshielo en Vétheuil, 1880

Un paso atrás, dos, tres… ahí. Mejor casi en el centro de la habitación. Así es como podrá usted contemplar en todo su esplendor las pinturas que le ofrece el Museo Thyssen-Bornemisza hasta mediados de mayo. Estas pinceladas sueltas, a veces dulces, otras agitadas y violentas se ven mejor con la distancia. Con “Impresionismo y aire libre. De Corot a Van Gogh” nos proponen un paseo por el paisaje natural desde finales del siglo XVIII hasta casi principios del XX, una auténtica conversación entre autores de distintos momentos con ideas comunes.

Ruinas, azoteas y tejados
Valenciennes - Loggia en Roma: tejado al sol - 
Loggia en Roma: tejado en sombra, 1782‐1784
Empecemos por la caída de la civilización. O por mirarla desde arriba. El interior del Coliseo romano de Christoffer Wilhelm Eckersberg, con sus líneas definidas y detalles, contrasta con la línea más desdibujada de Corot. En el francés la naturaleza ha ido ganando terreno a la humanidad tanto que El puente de Narni apenas si resulta una excusa para mostrar el entorno. Pero no todo va a ser naturaleza. En esta primera estancia encontramos la única excepción de la muestra: tejados y azoteas. Pierre-Henri de Valenciennes era un paisajista neoclásico pero consideraba esencial los estudios del natural aunque no les daba mayor importancia y siempre los terminaba en su estudio. Sin embargo son sus palabras las que encontramos en la pared: “Todo estudio del natural debe hacerse rigurosamente en el intervalo de dos horas a lo sumo: y si se trata de un efecto de amanecer o de puesta de sol, no se debe emplear más de media hora”. Lo cierto es que sus estudios al aire libre estaban únicamente ligados al ámbito privado pero abren ya un nuevo camino. Sus tejados nítidos pero sin demasiados detalles apenas tienen un lejano parentesco con las vistas desde la ventana de Corot, retratada unos cuarenta años más tarde. Orleans, vista desde una ventana hacia la torre de Sainte‐Paterne nos ofrece más una corazonada, más un efecto que una seguridad, se trata de un instante robado a vuelapluma.

C. Corot - Orleans, vista desde una ventana
hacia la torre de Sainte‐Paterne, c. 1830

Rocas
T. C. d'Aligny - Bosque de Fontainebleau,
entre Chailly y Barbizon, c. 1845
Esta parte hará las delicias de los geólogos. O tal vez los suma en eternas dudas, pues más que un tratado de precisión la mayoría de estos artistas buscaban otros efectos. Fue la Escuela de Barbizon la que se sintió atraída hacia las formaciones rocosas que ocupan gran parte del bosque de Fontainebleau, al sur de París, y a partir de ahí crearon una tendencia. A éste pertenece una de las representaciones más hipnóticas de la sección, Bosque de Fontainebleau, entre Chailly y Barbizon, de Théodore Caruelle d'Aligny. Tengan cuidado porque si lo miran muy fijamente y se asoman podrían caer y despeñarse entre esos hermosos riscos bañadas en claridad. Más sombrías y tristes son las rocas de Cézanne. El postimpresionista retomó el motivo para trabajar en la construcción del volumen y el espacio siguiendo las características de su obra, carente de perspectiva o sombreado a base de toques empastados pero fundidos.

P. Cézanne - Peñascos en el bosque, c. 1893

Montañas
F. Hodler - El Niesen visto desde Heustrich, 1910
Abandonamos los peñascos pero no del todo. Ya no los encontramos en forma de bodegón pero está claro que los montes contienen piedra así que la despedida no es total. Nos encontramos una lucha entre gigantes naturales de la que Carl Gustav Carus hace una buena introducción con su Valle en la alta montaña. El contorno se desdibuja para producir una sensación de amplitud en un horizonte que resplandece, pero el valle del alemán amante de la Naturphilosophie aún habría que encuadrarlo más bien en el romanticismo. Poco tiene que ver su brillante claridad con la oscuridad tenebrosa del Vesubio soltando fuego a toda máquina de Achille‐Etna Michallon o el reflejo casi onírico que Ferdinand Hodler hace en El Niesen visto desde Heustrich., el cielo de un azul intenso se ve interrumpido por el Niesen verde, plano e imponente y ambos rodeados de una extraña danza de nubes. La variedad es tal entre estas diversas cordilleras que se desencadena un debate encarnizado en el que sólo puede salir ganando el visitante.

Árboles y plantas
G. Seurat - El bosque de Pontaubert, 1881
El camino nos lleva por una vereda sinuosa, a veces más verderona, a veces menos. Con árboles, líquenes, humedales… Después de los de la escuela de Barbizon, los impresionistas ya rechazados y por tanto, conocidos, se cuelan también por el bosque de Fontainebleau. La vegetación no será ya un mero decorado sino la protagonista indiscutible de los retratos. Algunos harán de un tronco de árbol la figura central pero otros, nos harán deleitarnos con el sol que se filtra entre las hojas. No cabe ninguna duda de que sobre el lienzo de T. Rousseau acaba de caer un buen chaparrón: nos lo chiva el color del cielo, el brillo de los arbustos, el suelo… No muy lejos nos topamos con el único puntillista expuesto. Un joven Seurat nos da su particular visión fragmentada de El bosque de Pontaubert, donde el verde ha ido ganando terreno a los tonos terrosos que poco a poco el pintor científico eliminará de su paleta. Cuestión aparte merece el contraste entre Álamos a orillas del río Epte, atardecer, de Claude Monet y El hospital de Saint‐Remy de Vincent van Gogh. La dulzura y los tonos pastel del primero chocan frontalmente con los retorcidos troncos del neerlandés. “No invento todo el cuadro; al contrario, me lo encuentro completamente hecho, pero sin desbrozar, en la naturaleza” aseguraba en una carta a E. Bernard desde el asilo en el que se encontraba, frente al hospital de Saint Remy.

C. Monet - Álamos a orillas del río Epte, atardecer, 1891
V. van Gogh - El hospital de Saint‐Remy, 1889

Cascadas, lagos, arroyos y ríos
F. Hodler - Bosque con arroyo de montaña, 1902
A partir de este punto el azul será el protagonista de los colores. Frente a La cascada de Mahoura, Cauterets, de Daubigny todo queda pequeño. La vemos desde dentro del río y casi parece un milagro no ser arrastrados por la corriente, al igual que ocurre con el Bosque con arroyo de montaña de Hodler. ¿Quién sabe cómo podemos mantenernos en pie en medio de ese torrente expresionista? Sin respuesta nos colamos entre la espesura de El arroyo de Brème. Courbet nos introduce en una catedral de ramas en la que agua y la floresta se funden hasta no saber dónde empieza una y termina la otra. Frente por frente han colocado otro cuadro del mismo creador: El Château de Chillon. La superficie del lago Lemán desprende todo tipo de destellos sobre su superficie en plácido reposo frente a la que el bello castillo gótico es apenas nada.


G. Courbet - El Château de Chillon, 1874


Cielos y nubes
E. Boudin - Estudio de cielo sobre la dársena del
puerto comercial de El Havre, c. 1890‐1895
Llega el momento de alzar la cabeza y disfrutar de amaneceres, atardeceres, cielos enmarañados y auténticas trombas de agua. Los trazos agitados de Van Gogh tienen un paralelismo en los cielos de Boudin. La dársena de Le Havre se muestra multicolor a nuestros ojos en clara oposición a la increíble tranquilidad que presenta ahora el holandés con Los descargadores en Arlés. Las siluetas recortadas contra el atardecer del puerto ofrecen una inquietud sólo al nivel de su propia calma.

“El cielo es la ‘fuente de luz’ en la naturaleza y lo gobierna todo”. Estas palabras son de J. Constable a su amigo J. Fischer pero parece que quien las entendió a la perfección fue Monet, o al menos así se ve plasmado en Lluvia en Belle‐Île‐en‐mer. Los pigmentos se desbordan en esta tormenta refulgente. El expresionista Emil Nolde es el encargado de cerrar con sus esponjosas Nubes de verano el diálogo celeste

El mar
G. Courbet - La ola, c. 1869
La última parada tiene lugar entre olas de espuma salubre. Todo parece estar en calma hasta que La ola de Courbet pretende engullirnos. Desde la pared algo llama la atención aún más de lo normal: unas imágenes se asemejan mucho a otras. Se trata de Étreat, una pequeña localidad en la costa norte de Francia donde las playas dan paso a increíbles acantilados y entre ellos, un arco de piedra natural llamado Porte d'Aval y frente a ella una columna monumental, L'aiguille d'Etretat. Hasta allí se encaminaron algunos y así es como podemos comparar la visión que tuvieron de ese lugar Monet, Boudin y Courbet. “…la tormenta ha aumentado en violencia, es algo extraordinario de ver el mar; ¡qué espectáculo! Está de tal manera desencadenado que uno se pregunta si será posible que se vuelva a calmar” así describía sus sensaciones Monet a la que sería su segunda esposa, Alice Hoschedé. Al mar agitado y la tormenta suceden la calma de Boudin y parece que todo está tranquilo cuando Renoir nos revela la hermosura de la Marea baja, Yport, a poco más de diez kilómetros de sus compañeros.

Hemos caminado de la tierra al mar, entre peñascos, mirando al cielo, por riachuelos y florestas. Ahora toca salir a la calle pero se lo advierto, con tanta luz acumulada en las retinas el exterior puede resultar verdaderamente oscuro.

Pierre‐Auguste Renoir - Marea baja, Yport, 1883


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Para más información sobre “Impresionismo y aire libre. De Corot a Van Gogh”, visitar el microsite de la exposición.

Podrán observar este centenar de cuadros hasta el 12 de mayo en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid.