miércoles, 30 de enero de 2013

Bajo el signo de la Camorra


¿Tengo algún futuro? Eso parecen preguntar desde las paredes de la Galería Cero las muchachas retratadas por Valerio Spada. Desde Napoles nos llega la mirada triste de unas adolescentes encalladas en un puerto sin salida a la vista.

Scampìa, Nápoles - La Vela Rossa, 9ºPiso. Anna, 9 años - Valerio Spada -


Forcella, Nápoles - El collar de Annalisa Durante alrededor
del cuello de su padre, Giovanni Durante - Valerio Spada -
Un café con leche a las nueve de la mañana puede no significar nada o puede serlo todo. Para Giovanni Durante es un ritual llevarlo cada día a la tumba de su hija Annalisa que con sólo 14 años murió entre las balas cruzadas de la Camorra, la mafia napolitana. La mataron a la puerta del comercio de su padre, en Forcella, uno de los barrios más peligrosos, bajo el dominio del clan Giuliano. Desde allí, desde Forcella, parte el trabajo documental de Spada que nos traslada con crudeza a las historias que ya contase Roberto Saviano en Gomorra. Ahora podemos asomarnos a esa realidad violenta desde la perspectiva de unas chiquillas que con apenas nueve años han abandonado la infancia y casi no viven la adolescencia: se arreglan como mujeres, bailan como mujeres y sus ojos desprenden la experiencia de una mujer madura.


Sabrina, 11 años, esperando para salir a escena
a cantar “La Lettera”  - Valerio Spada -
Sabrina es una de ellas. A sus once primaveras sabe perfectamente que tiene que llorar desconsolada mientras entona “La Lettera” (La Carta) para emocionar al público. Está en su contrato y si no, la demandarían. Pertenece a una nueva ola de cantantes italianas (“neomodelic”) detrás de cuyo trabajo suele estar acechante la Camorra que además a veces utiliza los temas de estas crías para mandarse mensajes de unas familias a otras. No sólo eso. Además las letras que interpretan son tan fuertes que algunos autores han llegado a ser enjuiciados por su contenido pedófilo.



Scampìa, Nápoles - “La Scuola” o ”I Puffi”, posiblemente
el lugar más peligroso de Italia - Valerio Spada -
Estas chicas se dirigen serenas camino del colegio pasando entre jeringuillas. No viven demasiado lejos de “La Scuola” conocido también como ”I Puffi”, antiguo jardín de infancia reconvertido en uno de los lugares más amenazadores de toda Italia. Se calcula que pasan por allí hasta trescientas personas por hora a pincharse. Así, entre venas hinchadas, cristales rotos y balas que podrían llevar su nombre es como se educan unas niñas que alimentan sus sueños a base de televisión. Valerio Spada acusa a la pequeña pantalla de dar un ejemplo extremadamente banal de la vida a unas jóvenes que muy a menudo son madres a los trece o catorce años, casi antes de ser mujeres.

Scampia, Nápoles - “El Asesino de Scampìa”, 31 años,
con su novia en el Vela Rossa - Valerio Spada -


Scampìa. Nápoles - Corredor Central de
La Vela Rossa - Valerio Spada -
Estamos casi todo el tiempo en “Le vele di Scampìa”, siete edificios de viviendas sociales construidos entre los años sesenta y setenta de los que sólo cuatro siguen en pie. Aunque de alto contenido estético, bajo el signo de Le Corbusier, son inhabitables debido a su escasa calidad constructiva, como demuestra la eliminación de tres de las siete velas entre 1997 y 2003. El extrarradio de la ciudad más habitada del sur de Italia tiene dos barrios a evitar. Si uno de ellos es Secondigliano, el otro sin duda es Scampìa. Son la capital de la Camorra. Un entorno casi bélico del que Pasquale Errico (comisario) llegó a decir en 2004 “En cuanto Bagdad se calme un poco, éste volverá a ser el lugar más peligroso del mundo”. Annalisa también pensaba que cada vez se corría más riesgo viviendo en Nápoles y escribió en su diario que soñaba con escapar y vivir lejos de Forcella. Si lo hubiese conseguido ahora quizá podría tener ya veintitrés años.


Scampìa, Nápoles - Joven actor de 16 años, juega con un amigo
siendo observados por su hermana de 6 años - Valerio Spada -


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Gomorrah Girl es un proyecto de Valerio Spada cuya publicación como libro en 2011 obtuvo el premio Photography Book Now Award 2011 al mejor libro del año.

La exposición en la Galería Cero recoge algunas de esas fotografías hasta el 28 de marzo.


lunes, 28 de enero de 2013

Relatos en cueros


¿Le apetece un regaliz? Quizá le guste menos cuando la voz de Antonio Ross desvele los secretos del desratizador… pero para eso tendrá que quedarse en la oscuridad de la sala. Allan Poe, Jacobs y Roald Dahl le esperan, no tiene nada que temer. O tal vez sí.

La música llena la pequeña estancia y los cuchicheos se van apagando. Sólo una vela ilumina las facciones del actor que en silencio se pasea entre sus visitantes. Los observa, uno a uno. Se para ante ellos y les hace sostener la mirada. Nadie osa murmurar siquiera cuando Ross se decide a prender los demás cirios del candelabro. Entonces anuncia con solemnidad el menú del día: La pata de mono, de William W. Jacobs; El Desratizador, de Roald Dahl y El Corazon De Hojalata, de Edgar Allan Poe.



La música ha parado y ha dado paso a otra más tenue, más acorde al conocido relato de Jacobs. El público clava sus pupilas en el rostro levemente iluminado del intérprete que va desliendo las palabras del autor británico. Las desventuras de la familia White a causa del extraño amuleto del sargento Morris prenden al auditorio. Casi parecen escucharse el viento y los golpes en la puerta que tienen aterrado al pobre señor White. Ross es todos los personajes y ninguno al mismo tiempo, pues consigue desaparecer dando presencia a cada uno de ellos. Así continúa hasta el clímax. El inquietante cuento ha concluido. Lo muestran el maestro de ceremonias con sus gestos y la música con su nuevo cambio.

Es el turno del también británico Roald Dahl. Quienes sólo conozcan a este autor por títulos como como Charlie y la fábrica de chocolate o James y el melocotón gigante quedarán sorprendidos de lo macabro que puede llegar a ser. El Desratizador presenta una historia oscura, casi una simple anécdota pero capaz de poner mal cuerpo al más pintado. Ross lo recita magistralmente en primera persona y no deja de perder habilidad cuando nos presenta al personaje que da título al relato. Se trata de un tipo de aspecto arratonado, grandes dientes y mirada torva que se asoma entre la voz del actor de un modo realmente atroz. La entonación de Ross se ha vuelto pastosa y sibilina para que podamos comprender mejor cómo es este hombre despreciable y repulsivo. Y lo hacemos, claro que lo hacemos. ¿Quién iba a imaginar que sentiríamos tanta piedad de las ratas?



Los dos personajes de Roald Dahl han hecho mutis por el foro. Tenemos de nuevo un escenario vacío y completamente a oscuras dado que nuestro anfitrión ha tenido la amabilidad de soplar todas y cada una de las velas. Así que nos ha dejado de nuevo en la más absoluta negrura, tratando de mirarnos unos a otros. De repente la habitación se llena de una música terrible y en el techo se enciende una lámpara de luz azulada y fría. Ross vuelve a la escena pero ya no va simplemente vestido de negro sino que porta una camisa de fuerza. Realmente parece un loco aunque asegure que no lo es. Ahora encarna al protagonista de El corazón de hojalata y las palabras escritas por Edgar Allan Poe toman cuerpo en sus labios. Nos asegura que está cuerdo, ¿cómo si no podría escuchar cosas que nosotros ni soñaríamos? Por si no le creemos nos narra los hechos por los que se encuentra en tal situación y desde luego parece imposible que sea mentira. Ese asesino creado por el estadounidense se encuentra ante nosotros. Se ha cargado al viejo, ni por odio ni por dinero, sino por su mirada, por su ojo de halcón. Pero su exceso de cordura, sus increíbles habilidades serán las que le pongan en un brete: el corazón del viejo cada vez suena más fuerte. Y entonces Ross no puede más y confiesa.


Colorín colorado. La función se ha terminado. El artista nos anuncia el final con una sonrisa que parece imposible que sea la del asesino de Poe, la del siniestro desratizador de Dahl o la del temeroso señor White de Jacobs. Y sin embargo lo es. Porque durante una hora Antonio Ross a solas sobre las tablas es todos ellos. Nos ha hecho sonreír y nos ha hecho sentir angustia y asco. Y todo eso lo ha conseguido un hombre solo. De nuevo la oscuridad vuelve a llenar la sala.

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El actor Antonio Ross pasea su espectáculo Relatos de Misterio y Terror por el escenario de La escalera de Jacob, aunque también a veces se deja caer por otros lugares más inesperados, como la librería Ocho y medio.

jueves, 24 de enero de 2013

El rostro de los desahucios gana el premio Luis Valtueña


Un policía municipal hace guardia frente al piso de Lamín momentos antes de su desahucio…’ así comienza la narración fotográfica que ha llevado a Olmo Calvo a ganar el Premio Luis Valtueña este año. Una serie de imágenes que, junto a las de los demás seleccionados podemos disfrutar hasta el martes en La Casa Encendida.


Un policía municipal hace guardia frente al piso de Lamín
momentos antes de su desahucio – Olmo Calvo -

Olmo Calvo nos cuenta en diez fotografías la crónica de un desahucio con distintos protagonistas. Personas que han padecido este drama que afecta a tantas familias españolas. Él comenzó a interesarse por esta situación a partir de junio de 2011, cuando el periódico Diagonal (del que es cofundador) entrevistó a Anuar, la primera persona que intentó paralizar la ejecución de su sentencia. Al ver que era un problema creciente, que se extendía como una enfermedad, decidió emprender una investigación de fondo y explicar este asunto en imágenes. Con una información tan cercana ha ganado el premio frente a realidades como la de Honduras o Siria. Y es que como él mismo afirma, “muchas veces se tiende a ver los problemas lejos cuando los tenemos alrededor de nosotros”.


Abedab, enfermo de desnutrición
y leishmaniasis – David Rengel -
Todas las instantáneas con las que nos topamos en el patio central de La Casa Encendida tienen nombres y apellidos. Sus protagonistas, lejos de ser anónimos, traen una explicación junto a ellos, nos explican qué les pasó y eso afecta a quien mira. A Olmo Calvo le parece importante “porque ayuda a empatizar más con las historias, hace que uno lo sienta más cercano, que se pueda poner en la piel de la gente”. Lo cierto es que enfrentamos con otros ojos la mirada triste de ese hombre desnutrido inmortalizado por David Rengel. Ahora sabemos que se llama Abedab y padece leishmaniasis. Rengel, Maysun, Eva Parey y Javier Arcenillas, al igual que Olmo, han desnudado situaciones crudas, que nos impresionan pese a estar cada día en la prensa. “No sé si es bueno o es malo pero es la realidad y hay que mostrarlo”, asegura Olmo cuando le pregunto si el ver tantas tragedias acaba por anestesiar. En cuanto a su propia narración apunta que se trata de un trabajo abierto con el que va a continuar porque aunque se esté hablando de los desahucios cada vez más, no deja de ser un drama que sigue golpeando día a día y “en cuanto se deje de hablar y caiga en el olvido, las personas que están expuestas van a ser mucho más vulnerables también”.


Una de las imágenes de la cruda violencia 
que se vive en Honduras – Javier Arcenilas -
‘Un soldado de las Fuerzas Armadas Sirias alumbra con una linterna el cadáver de un hombre desconocido’. No es una foto inocente, como ninguna de las que encontramos en la exposición. “Al contar una historia, uno siempre la cuenta desde un punto de vista concreto… y yo considero que el punto de vista correcto es del lado de las víctimas”, así es como Olmo se sitúa lejos de la neutralidad, que encuentra imposible. Reitera varias veces que es necesario documentarse, conocer el contexto, las distintas caras de un asunto pero al final es imposible no tener un punto de vista.


No significa tampoco que a través de esta información se pueda cambiar la realidad de un día para otro pero sí “son granitos de arena que uno va poniendo”. De eso tratan los Premios Luis Valtueña que desde hace dieciséis años entrega Médicos del Mundo en recuerdo de ése fotógrafo de la agencia Cover fallecido en Ruanda en 1997. En su memoria y en la de Flors Sirera, Manuel Madrazo y Mercedes Navarro, otros tres cooperantes de la ONG, cada año se premian instantáneas que denuncian la vulneración de los Derechos Humanos en algún rincón del mundo.


Olmo Calvo posa ante la sede del periódico Diagonal
La recompensa consiste en una beca de trabajo de seis mil euros destinada a realizar un proyecto en el ámbito de la organización. Pese a que de momento no tiene claro cuál será ese proyecto lo que sí sabe es que “hay miles de historias que están ahí, a la espera de que alguien las cuente”. Por lo pronto sólo podemos saber que la próxima parada para Olmo no se sitúa lejos de aquí, continuará con la temática local. “Por qué me voy a ir lejos, si aquí mismo tenemos un gran problema de Derechos Humanos en muchos aspectos…” se pregunta.



Antonio Tomás sujeta la llave de su casa horas antes de ser deshauciado
- Olmo Calvo -


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martes, 22 de enero de 2013

Peligros de la modernidad


Risas, brindis y cervezas. Trago va y trago viene, los vasos se van vaciando.

Y desde el otro lado de la barra él observa. Es un bar cualquier con una barra de esas en forma de “U”. De metal y con un reborde bastante incómodo para apoyarse y que además provoca que al coger o dejar la caña, el vaso tropiece con él y se derrame la mitad.

Parece que hace tiempo que no se ven y tienen mucho que contarse. Charlan animadamente, a menudo con carcajadas. Se abrazan. Cuanto más beben, más abrazos. Los seis parecen disfrutar. ¿Dije los seis? Bueno, no es exacto: cinco disfrutan de la compañía unos de otros, pero ella no. A sus manos parecen haberles salido una adherencia. Quizá por gemación, quién sabe. Como decía don Hilarión “hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad”. No para. No se da ni un segundo. Click-click-click-click... Debe de ser apasionante porque parece metida en una escafandra dentro de la que ni oye ni ve a sus amigos. Porque habrá que imaginar que también son amigos suyos, claro.

El hombre tiene los ojos fijos en sus manos. Los disparados dedos de ella sobre el aparatejo lo tienen atrapado. Y cada vez más nervioso. Al menos le podría quitar el sonido. Click-click-click-click… click-click… click-click-click-click-click-click-click… -click-click-click… En la cabeza del hombre cada vez resuena con más intensidad. Como si las manos tuvieran instalado un megáfono.

Se dirige al servicio. No coge ni el bolso, pero en ningún momento suelta su móvil. Los demás van por la sexta ronda y ella apenas ha probado su cerveza. El hombre sale disparado tras ella y la sigue escaleras abajo. Ella no se da cuenta. Sigue sin parar: Click-click… click-click-click-click-click … click … click-click… click-click-click-click-click… -click-click-click… -click-click-click-click-click-click… Abajo el espacio se divide: hombres a la derecha, mujeres a la izquierda. Los dos escogen la misma dirección. Hace un frío digno de un infierno de hielo. Pero claro, ella ni siente ni padece. Entra en el váter, un diminuto cubículo separado del lavamanos. Por fin él lo consigue: atranca violentamente la puerta y piensa con alivio “en algún momento se le acabará la batería”. Tranquilamente vuelve a subir con una gran sonrisa y se pide, ahora sí, un doble.
  


viernes, 18 de enero de 2013

De la trinchera al refugio


Si algo quedó claro ayer en el X Laboratorio de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) es que el periodismo es una actitud ante la vida y que no hay trinchera que valga.

La cuestión de la barrera entre el periodista 'tipo', ése que acude a nuestra mente al nombrarlo, es decir el plumilla de algún medio de comunicación que busca, encuentra, elabora y ofrece información; y ese otro comunicador que se dedica a lo corporativo no gustó mucho. Juan Pajares llegó a decir “todos tenemos que coger la pala y poner arena sobre la trinchera, más que construirla”, ahí es nada. Con todos en contra dan ganas de preguntar cómo llegó a darse ese nombre al laboratorio “Comunicación corporativa: periodistas al otro lado de la trinchera”. Temas nominales aparte, hay que reconocer que los oradores fueron muy convincentes en su defensa de que si bien se trata de dos oficios (o profesiones) diferentes, desde luego tienen herramientas y troncos comunes. Expresado por José Manuel Velasco, dos barcos que circulan por un mismo río informativo, a veces se encuentran y otras incluso chocan. David Martínez Pradales no dudó en afirmar que “es lo mismo pero no es igual” pese a tratarse de caminos que tienden a unirse. Dicho de otra manera, si la prioridad del Periodismo es la Sociedad (así, con mayúscula), la del director de comunicación es la sociedad anónima. Aquí se hirió con fina daga pues Martínez Pradales considera que la finalidad social del Periodismo se encuentra cada vez más desvirtuada, entre otras cosas porque no olvidemos que los medios pertenecen a empresas, a sociedades anónimas (ya sin mayúscula alguna) comunes y corrientes.

José Manuel Velasco
La enfermedad del Periodismo había salido a escena. Parece que era inevitable incluso hablando de Comunicación Corporativa. O precisamente por ello. No sólo de su mano pues minutos antes J. M. Velasco ya había apuntado en esa dirección. Con la crisis económica, laboral, social y sobre todo, de credibilidad, sobre la mesa se da la vuelta a la tortilla. Ya nos han dejado claro que el trabajo del comunicador corporativo (se habla todo el tiempo de dircom –léase Director de Comunicación- pero claro, no todo van a ser directores en esta vida) es muy extenso y abarca múltiples áreas entre las que sólo un pequeño fragmento consiste en la relación con los medios. ¿Un pequeño fragmento? Pues la verdad es que parece que esa brizna tampoco es realmente necesaria. Ícaro Moyano sorprendió a muchos al declarar que en sus más de tres años como director de comunicación de Tuenti jamás se redactó una nota de prensa. Hay que olvidar las estructuras tradicionales: eso es lo que parecen querer decirnos. Desde las empresas ya no se dirigen a los medios sino a los destinatarios finales, se trata de una tendencia cada vez más fuerte. Y por diversos motivos, como la erosión de la credibilidad de los mismos. Reafirma María Penedo que las notas de prensa ya no son eficaces sobre todo si la empresa se dirige a un público como los blogueros, que prefieren experiencias o eventos para valorar. Subraya así mismo que ya no se piden cuentas por salir o no en El País, sino que el objetivo es ser Trending Topic.


Álvaro Peláez
Si es necesario ser o no periodista para trabajar en Comunicación Corporativa generó un mínimo disenso. A Ícaro Moyano no le parece muy necesario, pero también es verdad que sus compañeros no lo arroparon. Lo que sí destacaron es que en muchos sentidos se hace una labor similar y por tanto la formación periodística es tremendamente útil. Piensa David Martínez Pradales que cada vez nos dedicaremos más a lo mismo, cosa que puede ser buena o mala dependiendo de las prácticas. A relucir salieron en todos los labios la transparencia, la veracidad y la buena conducta como elementos esenciales de ambos oficios. En esa dirección apuntaba Moyano al decir que no se debe engañar porque se puede perder al cliente, sobre todo hoy en día dado que la efervescencia de Internet y las redes sociales hace visible una mala práctica casi en cuestión de segundos. En palabras de Álvaro Peláez, “la red no sólo genera incendios, sino que ayuda a que se propaguen muy rápidamente”. Así de simple: Internet y las redes sociales son herramientas muy útiles pero como toda herramienta, hay que saber utilizarlas. Llegados a este punto, parece claro: tener una formación periodística es útil para entrar en el campo de la Comunicación Corporativa. Conocer el entorno periodístico, saber cuándo y cómo llama la atención una fuente o cómo se procesa la información a posteriori son conocimientos útiles. Pero también es innegable que hacen falta otras competencias. El cómo adquirirlas generó debate de nuevo: ¿formación?, ¿qué tipo de formación?, ¿máster?, ¿cursos?, ¿idiomas?, ¿práctica pura y dura? Un poco de todo, quizá. Entre las habilidades a adquirir están sin duda la interiorización de los conceptos marca o reputación como parte esencial de la información en sí para el posterior desarrollo de una estrategia o planificación. Tanto Jesús Ortiz como María Penedo defendieron la necesidad de que la Comunicación Corporativa fuese una especialización de la carrera de periodismo y fue entonces cuando tímidamente asomó su patita la labor de community manager, a introducir si no en el mismo saco, en uno que se le dé un cierto aire.


El debate se extendió ampliamente recorriendo recovecos insospechados y a veces excesivamente semánticos o incluso casi metafísicos: ¿qué es ser periodista? Y entre col y col, lechuga. También hubo espacio para frases geniales y aclaratorias como la de Ícaro Moyano, muy aplaudida y reída por la sala, “lo simplificamos todo mucho con la hoja de gastos: los de marketing pagan campañas, los de comunicación pagan cafés, los de institucional pagan comidas”. En conclusión el debate vino a reafirmar lo ya dicho por los orientadores, que Comunicación Corporativa y Periodismos son diferentes pero muy similares o siguiendo con metáforas, en este caso en boca de Juan Pajares, la relación es como la de muchas parejas, de amor-odio, con necesidades cruzadas y un respeto imprescindible. En definitiva, que no hay barreras ni trincheras sino un nicho laboral muy amplio que se puede aprovechar, un auténtico refugio para náufragos.


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Orientadores del debate. ¿quiénes son? Conócelos en Twitter
  • María Penedo, directiva de la APM y directora de Comunicación de Globomedia.
  • José Manuel Velasco, presidente de Dircom y director de Comunicación de FCC
  • David Martínez Pradales, gerente de Comunicación Externa de Orange España.
  • Jesús Ortiz, consultor senior de Estudio de Comunicación.
  • Ícaro Moyano, director de Redes Sociales de Prisa Noticias y ex director de Comunicación de Tuenti.
  • Álvaro Peláez, responsable de Comunicación, Marca y Medios Sociales en Fundéu BBVA.
  • Juan Pajares, director general de Over the Rainbow Comunicación


Grabación:



viernes, 11 de enero de 2013

El alma de la lectura


Sus ojos son tan negros de beber palabras. Las letras impactan como balas en sus retinas y devuelven destellos de ébano. El flequillo cae suavemente sobre sus ojos pero por suerte no los oculta. Un pelo liso, negro como el ónix y corto que no lo es tanto, pues llega a esconder la nuca. Sus rasgos marcados de hombre del sur le dan un carácter fuerte y cálido al rostro. Si no es guapo, desde luego es atractivo. Y lee como si la vida le fuera en ello.

Demasiado grande para el asiento, se pliega sobre sí mismo con los codos apoyados en las rodillas. Debe de estar realmente incómodo pero nada distrae su mirada. Su vestimenta no refleja nada. Vaqueros, camiseta a rayas. Fin.

Continúa concentrado. Sigue palabra a palabra. Y yo, concentrada en él. Mi mirada se clava en sus pupilas y fantasea con ser descubierta. Y de repente la angustia: ¿qué estará leyendo? Con los libros de siempre esto no pasaba: sabías a quién tenías delante porque podías ver la portada de su libro. Sabías qué tipo de palabras se deslizaban por entre su cristalino y desde el principio podías, de algún modo, juzgar. Pero, ¿y si este tipo estuviese leyendo a Pío Moa, o las memorias de Aznar?, ¡¿o aún peor… a De Amicis?! Intenté reprimir una náusea de espanto y volví a mirarle. Ya no me llamaba tanto la atención. Le observaba como a un bicho al que hay que estudiar pero causa repulsión.

De golpe, “¿Próxima estación? …Alonso Martínez; correspon…” No escuché más. Faltaban cuatro paradas para la mía, pero me levanté de un salto. Me miró con molestia: le había distraído. Me dio igual: la tensión de poder estar fantaseando con alguien que me resultase insoportable me pudo y pensé “¡malditos aparatos que silencian el alma de la lectura!”.


Imagen de Chema Madoz