miércoles, 31 de octubre de 2012

Don Juan vuelve a las andadas


Que Halloween se ha instalado en nuestra sociedad tan a gusto como la CocaCola o el Big Mac es sabido de todos. Pero antes también existía el mundo y en nuestro país ya había cultura y tradiciones. Una de ellas repite este año en el Campo de Cebada con la puesta en escena del Don Juan Tenorio durante la Noche de Difuntos.



Sergio Torres, el Don Juan del Acto I
-Foto de Andrés Mier Varona-
El pasado año ya fue un éxito y éste, César Barló vuelve a dirigirlo. Durante dos horas el texto de Zorrilla invadirá el solar que ha dejado el antiguo Polideportivo de la Cebada, un escenario insólito por el que pasear al clásico. Y no sólo a los actores: el público también tendrá que moverse pues la obra se divide en siete escenarios diferentes por los que será necesario deambular. Según entren tendrán que mezclarse con el carnaval que habita la nada improvisada Hostería del Laurel para escuchar a Don Diego preguntar por ella muy de cerca. Desde ahí habrá que moverse hasta la reja de la casa de Doña Ana de Pantoja, el convento de Doña Inés y el balcón para que Don Juan recite aquello de “¿No es cierto, ángel de amor, / que en esta apartada orilla / más pura la luna brilla / y se respira mejor?”. Y cuando ya todos respiremos pasión pura y dura, no habrá más remedio que cambiar de lugar de nuevo porque empieza la segunda parte y vamos de cabeza al quinto acto. Momento duro en el cementerio, corriendo todos a cenar y ya se sabe, a despedirse. Nada de esto ha sido dejado al azar: entre la hostería, que es pura vida, y el cementerio hay una oposición incluso en la simetría en la que se encuentran. Del mismo modo descendemos (físicamente el terreno está perceptiblemente más bajo) a medida que Don Juan se hunde y se pierde camino de su infierno y ascendemos cuando él lo hace. Hacia la vida el protagonista camina en el sentido de las agujas del reloj y cuando va directo a la muerte, en su contra.

Avellaneda (Álvaro Mayo) y Don Juan (Fernando Mercé en el Acto VI) se baten en duelo
-Foto de Andrés Mier Varona-


Nada es caprichoso. Lo cierto es que esta representación constituye un auténtico diálogo con el espacio por lo peculiar de éste. Pero la comunicación no ha debido ser sólo con el medio sino entre todo el equipo: más de cien profesionales participan activamente en el proyecto entre técnicos de sonido, de luz, tramoya, vestuario, producción, escenografía… e intérpretes, aunque algún amateur se cuela por el coro. Encontramos casi tantos actores (40) como equipo técnico-artístico (50). Más aún porque en cada acto cambiaremos de Don Juan y de Doña Inés, del primero hay siete y de la segunda, cuatro. Todos ellos acordes a la edad de los personajes que encarnan, incluyendo la variación de cinco años del seductor desde el principio hasta el final de la obra.   Antonio Sansano Escudero, Sergio Torres Rodriguez, José Gonçalo Pais, Rodrigo Alonso Miranda, Víctor Anciones y Fernando Mercè.

Seis de los siete Donjuanes de la obra.
De izda. a dcha. Antonio Sansano, Sergio Torres, José G. Pais, Rodrigo Alonso,
Víctor Anciones y Fernando Mercé


José G. Pais y Nora Gehrig
como Don Juan y Doña Inés en el Acto III
-Foto de Julio Martínez-
El canalla será algo menos canalla y la lánguida será bastante menos lánguida. Con el texto en la mano Barló hace una lectura algo diferente de la historia que asoma entre sus versos. Habla de los personajes con pasión y convencimiento. No ve tanto al burlador como al joven (que hierve en hormonas) que ama realmente a su prometida pero se siente atrapado en su imagen pública, la de un caradura que hizo una apuesta que debe cumplir. La muchacha (cuyas hormonas no bullen menos) tampoco es el cliché de dulce chica débil, desamparada y engañada sino una mujer que sabe lo que quiere y lo que desea, es decir, a Don Juan. Tampoco la historia es una purificación del diablo donjuanesco camino al cielo de la mano de Doña Inés, sino más bien la narración del amor de dos personas. Se trata de una vuelta de tuerca más a un texto que ha sido algo podado en beneficio del público al relente, pero eso sí, no contiene morcilla alguna.


Spot de la edición de este año. Don Juan Tenorio 2012


Este año habrá tres oportunidades para disfrutarla, una el 31 de octubre y dos el 1 de noviembre. Quienes quieran conocer a los siete Donjuanes bajo la luna llena tendrán que ir pronto visto lo que ocurrió el año pasado: en cada representación unas trescientas personas quedaron fuera, en una enorme fila que daba la vuelta al recinto. Así que los que deseen tomar algo en la Hostería del Laurel, tendrán que ser raudos como centellas. Después sólo se podrá esperar a que pasen trescientos sesenta y cuatro días y Don Juan nos vuelva a enamorar.

Cómo fue la edición del año pasado. Don Juan Tenorio 2011



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Funciones:
         31 de Octubre:     21:00
         1 de Noviembre:  18:00
                                     21:00

Entrada libre hasta completar aforo

Facebook del montaje: Don Juan Tenorio en La Cebada

Para ver el montaje de 2011 en Youtube: Don Juan en La Cebada 2011

Qué dijo sobre este Don Juan en 2011 El País.
Qué dijo sobre este Don Juan en 2011 ABC.


viernes, 19 de octubre de 2012

Reír con inteligencia


Alzar un aforo completo. Eso es algo que cualquier actor desea: ver al público de toda una sala puesto en pie, aplaudiendo con rabia. Y eso es precisamente lo que consiguió anoche Ron Lalá en la sala verde de los Teatros del Canal. El estreno de Siglo de Oro, siglo de ahora (folía) fue todo un éxito.

Los cinco actores, de izda a dcha: Daniel Rovalher, Juan Cañas, Miguel Magdalena (en su papel de Talía)
Iñigo Echevarría y Álvaro Tato - Foto de David Ruíz-


Don Filólogo Lumbreras (Iñigo Echevarría)
 - Foto de David Ruíz-


Las risas y los aplausos interrumpen el espectáculo constantemente mientras Yayo Càceres (el director de Ron Lalá) observa nervioso e ilusionado desde la primera planta. Es lo que ocurre cuando se echan en la coctelera humor, música, crítica y teatro y se mezclan bien, sin agitar demasiado. Risas en verso que ponen sobre las tablas a personajes tan variados como el gran inquisidor Torquemada, Cristiano Ronaldo, Shakespeare o la musa del teatro, Talía. Menos mal que el licenciado don Filólogo Lumbreras (encarnado por Íñigo Echevarría) nos guía entre todos ellos para mostrarnos cómo este siglo de ahora en poco difiere del que llamamos de oro.



Juan Cañas en un aparte
Foto de David Ruíz-
El espectáculo está concebido como una folla o folía, que además de locura, es una obra compuesta por la suma de algunas piezas cómicas breves. Así que para reactivar los clásicos entremeses y jácaras de nuestra tradición teatral y dejar de llamarlos skeches, los cinco actores de la compañía desembarcan en el Canal en medio de una alegre mojiganga carnavalesca. Este es el modo de ponernos sobre aviso de la que se nos viene encima durante los siguientes noventa minutos. ¿Y cómo no invocar a la musa del teatro para tamaña empresa? Lo hacen, y de qué manera. Solicitan inspiración y sobre todo algunos euros para salvar la crisis actual qué también lo es del teatro pero la Talía interpretada por Miguel Magdalena es dura de roer y no se deja llevar. Los que sí se dejan llevar son los espectadores. Suave es el tránsito entre escena y escena en dirección a los entremeses. Para abrir boca un sastre con el que los no iniciados en el mundo teatral aprenderán lo que es un aparte y junto a los que ya saben de qué va la cosa podrán reír bien a gusto a costa de los íntimos deseos de cada cual. ¿Qué pretendemos ver cuando miramos en el espejo? Poder, fama, riquezas… casi todo nos lo consigue el sastre ronlalero para goce y disfrute de todos los presentes.

Hamlet (Álvaro Tato) y Don Quijote (I. Echevarría)
De un entremés al siguiente. Ahora dos famosos personajes literarios se alían para conseguir su objetivo, haber sido escritos por su autor predilecto. En escena se nos presentan Cervantes y Shakespeare, Don Quijote y Hamlet. Haciendo causa común consiguen su propósito: quedar el príncipe de Dinamarca del brazo del inglés y el caballero andante, acompasado con el manco de Lepanto. En esas estamos cuando nos interrumpe una jácara sacramental. Que nadie tema, ahí está de nuevo el licenciado don Filólogo Lumbreras para ponernos al día sobre las jácaras. En este caso los cuatro pícaros delincuentes que se enfrentan encarnan cuatro puntos cardinales del ser humano, el dinero, la justicia, las bajas pasiones (léase lujuria pura y dura) y la guerra. Quién gana el premio gordo lo dejamos para que se vea en escena, eso sí, una pista de nada: se lo lleva el de siempre.

La Justicia (Miguel Magdalena)
 - Foto de David Ruíz-

Para partir por el medio la representación tenemos un discurso. Lo declaman a medias el insigne Conde-duque de Olivares y un político muy actual, a saber, el “…consejero / del secretario primero / de la segunda asesora / del intendente suplente / del agente homologado / del portavoz delegado / del subvicepresidente”. Es curioso como, cual si de una peli de ciencia ficción se tratara, el espacio tiempo se pliega sobre sí mismo para conseguir tal maravilla. Pero sí, ahí tenemos un primer salto de cuatro siglos y un segundo de otros cuatro a cargo de un futuro Álvaro Tato venido del siglo veinticinco. Así podemos ver con estupor que Tancredi, aquel famoso personaje de El Gatopardo (Giuseppe Tomasi di Lampedusa -1957-) tenía razón con lo de "Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie". Pues eso, como diría Julio Iglesias, “la vida sigue igual”.

Daniel Rovalher y Juan Cañas
cercenados por el censor
 - Foto de David Ruíz-
Tras la política viene, como anillo al dedo, la censura. Un Nihil Obstat que no llega y la carencia se escenifica con unas enormes tijeras que van cercenando el pensamiento, podándolo para que crezca como se quiere y de ninguna otra manera. Con los personajes algo recortados, más bien mutilados, hace aparición el sultán Muley, protagonista del Entremés del moro. Hasta su palacio llega a pedir auxilio una dolorida España con tantos volantes rojigualdos como dignidad. Y recibe clemencia pero a un precio profético:

Por falsa y por asesina
tu imperio se irá a la ruina.
En dos siglos y dos meses
te invadirán los franceses.
Por ser tan burda y tan vil
sufrirás guerra civil.
Por diezmar nuestra cultura
te caerá una dictadura.
Primero dictará Franco,
después dictarán los bancos.
Aunque ganes el Mundial
la crisis será bestial.
Aunque ganes en deportes
te freirán los recortes.
Todo el siglo dieciocho será un largo tocomocho
y en el diecinueve pagarás lo que nos debes.
Todo el siglo veinte será un timo indecente
y un pincho moruno será el siglo veintiuno


El enamorado Daniel Rovalher sufre por su amada
 - Foto de David Ruíz-
Después de tanta tragedia cualquiera necesita un respiro y qué mejor que el tan arraigado cotilleo de nuestra cultura. Más antiguo que el mito de la portera es el hecho del mentidero. Hasta allí nos llevan y para que todos comprendamos cómo se crea un rumor ponen al patio de butacas a jugar al clásico teléfono escacharrado. Es decir, Álvaro Tato da una suculenta información a un espectador y éste debe transmitirla raudo como el viento al oído de quien se encuentra a su derecha, y éste al siguiente hasta que tras dos o tres, el último debe escribir lo que ha recibido en la libreta de Miguel Magdalena. Tato nos informa de los datos originales y Magdalena de lo que ha quedado. Como es de esperar, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Y del mentidero a los lances de amor. Como si de Cyrano de Bergerac se tratase, un tierno Daniel Rovalher enamorado acude a nuestro anfitrión Filólogo Lumbreras pues él mismo no sabe decir versos bajo la reja de su bella dama. ¡Pobre galán burlado por el malévolo Lumbreras y su compinche en la piel de Juan Cañas! Como es un romántico acude desesperado a encontrarse con la muerte al borde de un precipicio donde el eco del público le indicará el camino a seguir.

Los cinco supervivientes de Flandes
de izda a dcha: Miguel Magdalena, Juan Cañas, Daniel Rovalher, Álvaro Tato e Iñigo Echevarría
 - Foto de David Ruíz-

Quienes crean que en este punto toca su fin la obra, que no se dejen engañar. Aún queda el Fin de fiesta (flamenco de Flandes). Y es que “Perilla de la Villa” (alias Miguel Magdalena) no podía pasar un espectáculo sin su sesión de flamenco. Ante nosotros se presentan los cinco supervivientes de un Tercio de Flandes para traernos una música muy particular sin dejarse por el camino el “¿quién mató al comendador? / Fuenteovejuna, señor”. Eso sí para saber cómo se cuela Lope entre estos cánticos y algunos secretos más, lo mejor es pasarse por los Teatros del Canal antes del 4 de Noviembre.

Ahora sí es el momento de los vítores y las ovaciones pues el espectáculo bien lo merece. Iluminación con estilo, versos al ritmo de la música, humor, la crítica ácida del limón de Ron Lalá, participación del público y una excelente adaptación de los clásicos géneros breves españoles hacen de Siglo de Oro, Siglo de ahora (folía) una obra que hace reír a carcajadas con calidad.

La ovación del estreno en el Canal es digna de admiración


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miércoles, 17 de octubre de 2012

El exotismo de Gauguin y sus reflejos


“¿Qué hay de nuevo?” Nos preguntan con indiferencia las mujeres tahitianas de Gauguin en su famoso lienzo Parau Api -1892-. Nos invitan a pasar a la exposición, a iniciar este viaje al exotismo de su mano. Sigámoslas.

Paul Gauguin - Parau api (¿Qué hay de nuevo?) - 1892



Paul Gauguin - Mata mua (Érase una vez) - 1892
Junto a ellas se oponen las mujeres argelinas y también algo apáticas de Delacroix, un pintor de cierta influencia en el protagonista de esta exposición. Nuestros pasos nos llevan a la sala contigua donde asistimos a la primera experiencia viajera de Gauguin junto a Laval rumbo al Caribe y en particular a Martinica (1887). Los paisajes del segundo resultan algo más atormentados pero los de ambos tienen un parentesco evidente. Esta breve estancia entre la espesura tropical marcará el colorido y la pincelada de Gauguin que a su retorno a Bretaña –Francia- no volverá a pintar del mismo modo a las mujeres de Pont Aven. El exotismo, los colores brillantes y la fecunda naturaleza exuberante junto al simbolismo van ganando terreno a la simple realidad, como se ve en La visión después del sermón -1888-, escena que se desarrolla en el pueblo de los catorce molinos.


John La Farge -
La entrada del río Tautira, Tahití - 1895
Tras su primera estancia en la Polinesia la tendencia sintetista de tintas planas, colores puros y brillantes y líneas bien definidas será la que domine su obra. El primitivismo se apodera de su pincel para revelar el paraíso tahitiano. Las muchachas de Mata mua -1892- nos invitan a soñar, a entrar en su particular historia con este “érase una vez”. El tiempo se detiene para disfrutar del edén terrenal en forma de Tahití. Se contraponen aquí las imágenes de otros autores como John La Farge y su bella vista del río Tautira. Pero summum de este paraíso son las Dos mujeres tahitianas -1899- que deslumbran con su belleza desde el lienzo. “¡Qué agradable era ir de mañana a refrescarnos al arroyo cercano, como me imagino que harían en el Paraíso el primer hombre y la primera mujer!” nos dice el autor desde las paredes a través de sus textos en Noa Noa (1893). Este relato ilustrado de su primer viaje a Tahití lo podemos curiosear gracias a la magia de la electrónica: las páginas del libro escrito a mano y con dibujos por todas partes se van pasando una a una ante nuestros ojos.

Izda: fotografía de Charles G. Spitz
Dcha: Paul Gauguin - Estudio para Pape moe - 1893


Lo que nos muestra Gauguin no es real. No sólo no lo es por el simbolismo y la magia que desprende sino que no lo es en un sentido más amplio. Cuando el francés viajó a la Polinesia no encontró lo mismo que los primeros exploradores de la isla, los nativos habían cambiado. Así que lo imaginó, lo soñó y lo recreó, como se observa en el Estudio para Pape moe -1893- basado en la fotografía de Charles Georges Spitz diez años anterior. Sin embargo la poesía de sus imágenes obliga a pensar que Adán y Eva debían de ser felices en este lugar real pero imaginado.

Henri Rousseau "el aduanero" -
Paisaje tropical con un gorila atacando a un indio - 1910
Muchos artistas se verían influidos por la naturaleza salvaje. Aquí encontramos a Gauguin rodeado de otros protagonistas reunidos en el epígrafe Bajo las palmeras. A su sombra pasean Pechtein, Nolde, Kirchner, Metzinger o el aduanero Rousseau, cuyos frondosos árboles nacen en el Jardín Botánico de París bien abonado con imaginación e ilustraciones. Aunque la selva se adueñe del corazón de todos cada uno tiene su estilo. Las bañistas de Metzinger parecen hechas con teselas de colores brillantes y sus melenas rojo fuego contrastan con el pelo corto y oscuro de las de Otto Müller que primero desnudas en ese entorno vegetal parecen haber ido a darse un baño en el cuadro de su izquierda. Los desnudos de Kirchner resultan brutalmente desinhibidos, mientras que el magnético Zorro negro azulado -1911- de Franz Marc aporta una quietud casi intrigante. Para seguir el viaje, tres pinturas de Gauguin nos hacen ir a caballo camino de la siguiente sala.

Emil Nolde - Jupuallo - 1914
El artista como etnógrafo. Eso es lo que aquí nos proponen acompañado de la advertencia de nuestro anfitrión “Tú sabes que tengo sangre india, sangre inca y esto se refleja en todo lo que hago. Es la base de mi personalidad. Intento confrontar la civilización podrida con algo más natural basado en lo salvaje” (Paul Gauguin 1989). El protagonismo de este espacio es para Emil Nolde y los diversos retratos que ocupan toda una pared y cuya precisa claridad parece propia de un estudioso más que de un artista. De Paul Gauguin contrastan la Mujer tahitiana -1894- que mira con fiereza fijamente al espectador y la Muchacha con abanico -1902- cuya mirada perdida desprende dulzura y nostalgia.


Paul Gauguin - Muchacha con abanico - 1902


Wassily Kandinsky - Ciudad árabe - 1905
Gauguin pese a su mala salud viajó para convertirse en un salvaje más e impregnarse del espíritu de su propia obra. Había decidido romper los cánones de interpretación pictóricos mucho antes, cuando aún no había pisado Martinica y su objeto más representado eran las campesinas bretonas. Él, que pretendía una verdadera ruptura, planteó con sus imágenes un nuevo canon para los fauves franceses, los primitivistas rusos o los expresionistas alemanes. Entre ellos algunos se dedicaron a un verdadero estudio etnográfico del arte primitivo (con las máscaras como objeto central) y los más aventureros se embarcaron dirigiendo la mirada a los Mares del sur. Dialogan en esta zona las descarnadas imágenes de Kirchner y la serenidad de Manguin, el desnudo de la Mujer tahitiana -1898- de Gauguin algo triste e inquietante, la colorista Mujer tumbada -1909- de Heckel o el contundente volumen de la protagonista de Desnudo azul -1908- de Mijail Lariónov.

Izda: Paul Gauguin - Mujer tahitiana - 1898
Dcha: Mijaíl Lariónov - Desnudo azul - 1908


Emil Nolde - Noche de luna - 1914
La luna del sur lo impregna todo. Muchos son los artistas que siguieron prendados del exotismo que desprende su luz. Así lo muestra un Kandinsky que cambia de opinión desde la mayor abstracción del colorido africano hasta la ultraprecisión de otra de sus obras sin título pero con tantos detalles que son difíciles de asimilar. Entre el Cruce de caminos en Malabry -1916-, de Matisse, La gran portuguesa -1916- de Robert Delonnay y las múltiples vistas de Túnez, es Emil Nolde con su turbadora Noche de luna -1919- quien nos invita a visitar la última sala del recorrido del Museo Thyssen-Bornemisza. En ella topamos con un fragmento de la película Tabú que grabó el director Friedrich Wilhelm Murnau en 1931. Narra con nostalgia la pérdida de un paraíso terrenal con el sueño del salvaje bueno y feliz en mente, las escenas que se nos presentan son el minuto de danza desenfrenada y feliz. Matisse visitó el rodaje y por ello el espacio que resta está ocupado por estudios de paisajes y retratos dibujados a tinta por él durante dicho viaje. Unas imágenes de líneas claras y serenas que contrastan fuertemente con las dos coloridas obras del mismo autor de gouache y papel recortado.



Nos despedimos ya, con la imagen de un Gauguin satisfecho que estaría encantado de que nos hubiésemos perdido por los pasillos de esta exposición: “Finalmente he cumplido con mi deber y si mi obra no pervive, al menos subsistirá la memoria de un artista que liberó a la pintura de las cadenas académicas y de las plumas simbolistas” (1901).

Paul Gauguin - Dos mujeres tahitianas - 1899

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jueves, 11 de octubre de 2012

Los entresijos del Español al aire

Por favor, ocupen sus asientos, la función va a comenzar”. Eso solían decir los avisos, pero hoy quienes pisan las tablas no son actores sino los jubilados de los centros culturales La Guindalera y Maestro Alonso. Durante una hora van a recorrer las tripas del Teatro Español de la mano de Beatriz, que lleva paseando gente por sus pasillos un tiempo largo.


Los visitantes sobre el escenario de la sala principal

Pese a sus más de cuatrocientos años de actividad el Teatro Español goza de buena salud: su interior lo revela. El recorrido empieza en la entrada principal. Los mármoles del bar nos reciben para dejar espacio paso a paso al hombro izquierdo del escenario. Este lateral lleva el sobretítulo de “patio de caballos” porque era a donde daba cuando este edificio entrado en años era aún el popular Corral de la Pacheca. Frente por frente se encuentra el hombro de Labra y entre ellos, el ansiado escenario de la sala principal.

Parte de la escenografía vista desde el telar
Ahí, esperando la llegada de los actores, descansa pacientemente la escenografía de Los conserjes de San Felipe aunque pronto desaparecerá para albergar la de una nueva obra. Ahora sí, el visitante se sitúa ante las setecientas cuarenta butacas de la sala. Imponen incluso estando vacías así que merece la pena imaginar esos mil cuatrocientos ochenta ojos mirando fijamente cada movimiento que ejecutamos. Acongoja y por eso los alumnos de un instituto cuando representaron una breve escena de Las Troyanas durante una visita como ésta, no pudieron evitar sentirse intimidados. Nos encontramos en un teatro a la italiana, con forma de herradura y palcos a distintas alturas. Hubo un foso –donde el ahora extinto apuntador echaba un cable a los actores que debían aprender multitud de papeles- y un contrafoso pero hoy están desaparecidos. La que sigue en su lugar es la chácena, el almacén de decorados que se esconde tras el escenario visible. Nos señalan un pequeño espacio muy arriba y muy al fondo. En ese lugar estuvo la “sala de los curillas” un entorno ideal para la censura y para disfrutar de las obras poco propias de un clérigo. El cuarto clerical ha sido ocupada por los ensayos, así es destino. A los lados del escenario, en el segundo piso, se miran el palco del rey y el palco del alcalde. Hoy en día ya no se utilizan así como los salones que fueron exclusividad de uno y otro. Sólo la gente del teatro y los visitantes tienen el privilegio de asomarse a estas lujosas estancias que, dicho sea de paso, si el rey tenía un ascensor propio, el saloncito del alcalde era mucho mejor.


El intrincado telar del Teatro Español
Llega el momento de elevarnos a las alturas y todo el grupo sube al telar. Este extraño rincón es uno de los que más disfrutan las visitas, probablemente porque no se está acostumbrado a verlo. Ante nuestros ojos se despliega la parrilla, concierto de vigas de metal que mediante cuerdas, poleas y otros ingenios permiten que las bambalinas y los trastos suban y bajen al compás adecuado. Del otro lado, más discretas, aparecen las chocolatinas, unas piezas de aspecto inofensivo pero cuya importancia es nada menos que la de hacer contrapeso a todas esas escenografías pintadas y telones. Estamos en el siglo XXI pero el mecanismo es manual de modo que el vaivén de los elementos responde no a un autómata sino a la sensibilidad de los fornidos maquinistas. Ellos fueron en otro tiempo marineros y los causantes de que todo el argot de este entramado tenga que ver con las aguas: en este territorio de nudos marineros, se desembarca y se ventea, nada menos. No se puede subir hasta el peine, demasiado complicado de acceder, por lo que el paseo continúa hacia la parte más alta desde la que un espectador puede disfrutar de una obra.

La impresionante lámpara de la sala principal

La decoración de las esquinas de las salas no es tal,
sino el modo de comunicar lo que ocurre entre ellas
Acomodados en las butacas asistimos a un breve recorrido histórico. Correteamos por el devenir del Español desde que Felipe II permitió la creación de la Cofradía de la Sagrada Pasión que se apropiaría del famoso Corral de la Pacheca, es decir éste, hasta las ampliaciones del año noventa y cinco pasando por incendios, saqueos y remodelaciones. Precisiones a parte, hay curiosidades que merecen mención. Como que conserva de algún modo su forma inicial pues lo que hoy acoge el patio de butacas fue patio de luces y lo que hoy llamamos palcos fueron balcones de corrala. Todo tiene su razón de ser que es puro sentido común. El sol se pone por el oeste que es precisamente a donde dirige su mirada este edificio, cuestión que debía de parecer muy práctica pues el escenario quedaba iluminado durante mayor número de horas gracias a la madre naturaleza. También interesante es la teoría de por qué es todo tan rojo en la decoración y del mismo modo tiene su lógica: se trata de un color cálido que nos hace pensar que estamos calentitos aunque no haya calefacción en el duro invierno, ¡milagros de la sinestesia!

El teatro visto a través de los espejos que en
el siglo XIX servían para cotillear quién iba

Rincón del Salón de té, con el versátil reloj
Con una sobredosis de información dirigimos nuestros pasos al Salón de té. Esta habitación que suele ser para ruedas de prensa no sólo conserva el nombre de lo que fue, una cafetería, sino que aún tiene un enorme reloj. El tamaño es desorbitado no para goce y disfrute de miopes sino porque en su interior esconde un montaplatos a través del que se elevaba con rapidez cualquier cosa desde el actual bar. Si nos fijamos, en aquel de abajo hay una gran columna, tan grande como el dichoso reloj. Paseamos rápidamente hasta la Sala Tirso de Molina, también llamada Sala Azul por el color de su decoración. En esta luminosa habitación neoclásica tenía el privilegio la primera actriz de recibir a sus familiares, cosa que hoy se deja para los camerinos. Por aquí pasea el público en los entreactos y la prensa en las recepciones. Otro cuarto que se visita más adelante es el Parnasillo, un rincón para la reunión o la recepción de distinto tipo. Se ha usado para la primera lectura de obras y por él han pasado algunos de los más importantes autores españoles. Sigue siendo lugar de encuentro para organizar la programación y las reuniones del director –Natalio Grueso- con las compañías por lo que a veces queda suprimido de la visita.

Sala polivalente
El recorrido nos lleva a uno de los pasillos de camerinos, todos nombrados como célebres autores españoles. Entre maquillajes y ropas se dan cita Lope de Rueda, Cervantes o Calderón de la Barca. Y desde esta reunión de celebridades, a un lugar inesperado. De repente nos reciben unas enormes telas, se trata de la escenografía de Carlo Monte en Monte-Carlo, de Jardiel Poncela. Así se enmarcan unos sillones y mesas en el patio de luces que hace de repartidor de las oficinas del teatro situadas sobre nuestras cabezas en los corredores de los pisos superiores. Ahí, como vecinos de una corrala, trabajan los diversos departamentos técnicos. El asombroso patio cuando es necesario hace las veces de sala de recepción de prensa grande o de camerino improvisado.

 

Beatriz Montiel durante la entrevista
Antes de la despedida, sólo queda hacer una incursión a la sala pequeña, repleta de bolsas de basura que no son un descuido sino la escenografía de Gaviotas subterráneas. Aquí caben entre cien y doscientas almas según se organicen las filas, que pueden modificarse a capricho del montaje. Una sala moderna de paredes negras en la que el espectador se sitúa al mismo nivel del actor pues no hay tarima elevada. Lo de la oscuridad es lo que menos convence a la visita de hoy: aseguran que el color negro queda muy triste… por mucho que sea útil en el teatro. Según cuenta Beatriz es algo que le dicen mucho. Es, junto a la pregunta de “cómo se limpia la lámpara de la sala principal”, un auténtico clásico. Cuenta con una sonrisa cómo estas visitas sin ser nuevas –muchos creyeron que sí- han subido en afluencia desde la publicidad veraniega. “Con la promoción de las dos semanas gratuitas los teléfonos echaban humo”, las entradas se agotaron en seguida y aún ahora, suele haber al menos diez visitantes diarios. La impresionante lámpara de la sala principal y el telar acaparan el éxito pero ella asegura que disfruta en cada lugar que muestra sin cansarse, como el primer día. “Ahora sí que conozco bien las tripas del Español” murmura una mujer mientras sale por la puerta. Lo cierto es que aún quedan cosas por ver. Por ejemplo el misterioso pasadizo encontrado en el lateral de la calle Prado que comunica con el Palacio Real y un par de conventos o el fantasmagórico peine donde algunos técnicos y trabajadores de seguridad aseguran haber sentido presencias extrañas. Dicen las malas o miedosas lenguas que el espíritu de un actor fallecido en escena y el de un trabajador del teatro pululan por las alturas y dan toques en el hombro para luego no ser vistos. Lo cierto es que al teatro le vienen mucho mejor los visitantes vivos.

El Teatro Español bajo la atenta mirada de Lorca


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Para información sobre las visitas.

Para saber más sobre la historia del teatro sus recovecos.