De repente irrumpió con su brillante luz en aquella habitación tragada por la noche.
Ella se incorporó en la cama...
“Ya estás aquí otra vez... ¿porqué has venido...?, ¿por qué no me dejas en paz...?”
“He venido porque me has llamado...”
“Yo no te he llamado. Odio que vengas... cada vez que lo haces, lo paso mal durante un mes...”
Sus ojos de terror se mezclaban con una boca de puro odio...
“Sí que me has llamado: sólo vivo en tu cabeza... sólo estoy realmente vivo cuando tú me llamas...”
“Pues estoy harta... cansada... ¡No quiero que vuelvas!”
Cayó sentada en la cama mientras sus ojos se desbordaban...
“¡Pues mátame si no quieres que vuelva!, no soy yo quien tiene la culpa...”
“Ni siquiera en esto vas a ser responsable, ¿no...?, ni me quisiste, ni fui especial para ti, ni te importo...”
“¡¿Cómo quieres que lo sepa?! Sólo vivo en tu cabeza... hay otro igual que yo... pero no soy yo... yo tan sólo soy el recuerdo que tú tienes, no puedo saber qué piensa ni qué siente él... ¡pregúntaselo a él! ...Y si no quieres volver a verme, sé valiente y mátame”.
Nunca había habido armas de fuego en su casa pero cogió sin dudar la pistola que descansaba sobre la mesilla de noche. La pequeña Deringer casi parecía grande en sus diminutas manos. Apuntó firme, brillaron sus ojos y disparó. El halo luminoso empezó a oscurecerse.
“...no hay sangre...”, susurró asustada
“claro que no...”, contestó una voz muy débil.
Se miró las manos vacías y cerró los ojos, agotada, en la habitación completamente a oscuras.
Había acabado con el odioso fantasma de su recuerdo pero con él parecía haberse ido también algo de sí misma.
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