miércoles, 17 de octubre de 2012

El exotismo de Gauguin y sus reflejos


“¿Qué hay de nuevo?” Nos preguntan con indiferencia las mujeres tahitianas de Gauguin en su famoso lienzo Parau Api -1892-. Nos invitan a pasar a la exposición, a iniciar este viaje al exotismo de su mano. Sigámoslas.

Paul Gauguin - Parau api (¿Qué hay de nuevo?) - 1892



Paul Gauguin - Mata mua (Érase una vez) - 1892
Junto a ellas se oponen las mujeres argelinas y también algo apáticas de Delacroix, un pintor de cierta influencia en el protagonista de esta exposición. Nuestros pasos nos llevan a la sala contigua donde asistimos a la primera experiencia viajera de Gauguin junto a Laval rumbo al Caribe y en particular a Martinica (1887). Los paisajes del segundo resultan algo más atormentados pero los de ambos tienen un parentesco evidente. Esta breve estancia entre la espesura tropical marcará el colorido y la pincelada de Gauguin que a su retorno a Bretaña –Francia- no volverá a pintar del mismo modo a las mujeres de Pont Aven. El exotismo, los colores brillantes y la fecunda naturaleza exuberante junto al simbolismo van ganando terreno a la simple realidad, como se ve en La visión después del sermón -1888-, escena que se desarrolla en el pueblo de los catorce molinos.


John La Farge -
La entrada del río Tautira, Tahití - 1895
Tras su primera estancia en la Polinesia la tendencia sintetista de tintas planas, colores puros y brillantes y líneas bien definidas será la que domine su obra. El primitivismo se apodera de su pincel para revelar el paraíso tahitiano. Las muchachas de Mata mua -1892- nos invitan a soñar, a entrar en su particular historia con este “érase una vez”. El tiempo se detiene para disfrutar del edén terrenal en forma de Tahití. Se contraponen aquí las imágenes de otros autores como John La Farge y su bella vista del río Tautira. Pero summum de este paraíso son las Dos mujeres tahitianas -1899- que deslumbran con su belleza desde el lienzo. “¡Qué agradable era ir de mañana a refrescarnos al arroyo cercano, como me imagino que harían en el Paraíso el primer hombre y la primera mujer!” nos dice el autor desde las paredes a través de sus textos en Noa Noa (1893). Este relato ilustrado de su primer viaje a Tahití lo podemos curiosear gracias a la magia de la electrónica: las páginas del libro escrito a mano y con dibujos por todas partes se van pasando una a una ante nuestros ojos.

Izda: fotografía de Charles G. Spitz
Dcha: Paul Gauguin - Estudio para Pape moe - 1893


Lo que nos muestra Gauguin no es real. No sólo no lo es por el simbolismo y la magia que desprende sino que no lo es en un sentido más amplio. Cuando el francés viajó a la Polinesia no encontró lo mismo que los primeros exploradores de la isla, los nativos habían cambiado. Así que lo imaginó, lo soñó y lo recreó, como se observa en el Estudio para Pape moe -1893- basado en la fotografía de Charles Georges Spitz diez años anterior. Sin embargo la poesía de sus imágenes obliga a pensar que Adán y Eva debían de ser felices en este lugar real pero imaginado.

Henri Rousseau "el aduanero" -
Paisaje tropical con un gorila atacando a un indio - 1910
Muchos artistas se verían influidos por la naturaleza salvaje. Aquí encontramos a Gauguin rodeado de otros protagonistas reunidos en el epígrafe Bajo las palmeras. A su sombra pasean Pechtein, Nolde, Kirchner, Metzinger o el aduanero Rousseau, cuyos frondosos árboles nacen en el Jardín Botánico de París bien abonado con imaginación e ilustraciones. Aunque la selva se adueñe del corazón de todos cada uno tiene su estilo. Las bañistas de Metzinger parecen hechas con teselas de colores brillantes y sus melenas rojo fuego contrastan con el pelo corto y oscuro de las de Otto Müller que primero desnudas en ese entorno vegetal parecen haber ido a darse un baño en el cuadro de su izquierda. Los desnudos de Kirchner resultan brutalmente desinhibidos, mientras que el magnético Zorro negro azulado -1911- de Franz Marc aporta una quietud casi intrigante. Para seguir el viaje, tres pinturas de Gauguin nos hacen ir a caballo camino de la siguiente sala.

Emil Nolde - Jupuallo - 1914
El artista como etnógrafo. Eso es lo que aquí nos proponen acompañado de la advertencia de nuestro anfitrión “Tú sabes que tengo sangre india, sangre inca y esto se refleja en todo lo que hago. Es la base de mi personalidad. Intento confrontar la civilización podrida con algo más natural basado en lo salvaje” (Paul Gauguin 1989). El protagonismo de este espacio es para Emil Nolde y los diversos retratos que ocupan toda una pared y cuya precisa claridad parece propia de un estudioso más que de un artista. De Paul Gauguin contrastan la Mujer tahitiana -1894- que mira con fiereza fijamente al espectador y la Muchacha con abanico -1902- cuya mirada perdida desprende dulzura y nostalgia.


Paul Gauguin - Muchacha con abanico - 1902


Wassily Kandinsky - Ciudad árabe - 1905
Gauguin pese a su mala salud viajó para convertirse en un salvaje más e impregnarse del espíritu de su propia obra. Había decidido romper los cánones de interpretación pictóricos mucho antes, cuando aún no había pisado Martinica y su objeto más representado eran las campesinas bretonas. Él, que pretendía una verdadera ruptura, planteó con sus imágenes un nuevo canon para los fauves franceses, los primitivistas rusos o los expresionistas alemanes. Entre ellos algunos se dedicaron a un verdadero estudio etnográfico del arte primitivo (con las máscaras como objeto central) y los más aventureros se embarcaron dirigiendo la mirada a los Mares del sur. Dialogan en esta zona las descarnadas imágenes de Kirchner y la serenidad de Manguin, el desnudo de la Mujer tahitiana -1898- de Gauguin algo triste e inquietante, la colorista Mujer tumbada -1909- de Heckel o el contundente volumen de la protagonista de Desnudo azul -1908- de Mijail Lariónov.

Izda: Paul Gauguin - Mujer tahitiana - 1898
Dcha: Mijaíl Lariónov - Desnudo azul - 1908


Emil Nolde - Noche de luna - 1914
La luna del sur lo impregna todo. Muchos son los artistas que siguieron prendados del exotismo que desprende su luz. Así lo muestra un Kandinsky que cambia de opinión desde la mayor abstracción del colorido africano hasta la ultraprecisión de otra de sus obras sin título pero con tantos detalles que son difíciles de asimilar. Entre el Cruce de caminos en Malabry -1916-, de Matisse, La gran portuguesa -1916- de Robert Delonnay y las múltiples vistas de Túnez, es Emil Nolde con su turbadora Noche de luna -1919- quien nos invita a visitar la última sala del recorrido del Museo Thyssen-Bornemisza. En ella topamos con un fragmento de la película Tabú que grabó el director Friedrich Wilhelm Murnau en 1931. Narra con nostalgia la pérdida de un paraíso terrenal con el sueño del salvaje bueno y feliz en mente, las escenas que se nos presentan son el minuto de danza desenfrenada y feliz. Matisse visitó el rodaje y por ello el espacio que resta está ocupado por estudios de paisajes y retratos dibujados a tinta por él durante dicho viaje. Unas imágenes de líneas claras y serenas que contrastan fuertemente con las dos coloridas obras del mismo autor de gouache y papel recortado.



Nos despedimos ya, con la imagen de un Gauguin satisfecho que estaría encantado de que nos hubiésemos perdido por los pasillos de esta exposición: “Finalmente he cumplido con mi deber y si mi obra no pervive, al menos subsistirá la memoria de un artista que liberó a la pintura de las cadenas académicas y de las plumas simbolistas” (1901).

Paul Gauguin - Dos mujeres tahitianas - 1899

*****


2 comentarios:

  1. ¡Qué de cosas aprendo leyéndote! No me gustaba nada Gauguin, pero es ponerme a leer y entender el por qué de las cosas! :)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿No te gusta el último cuadro? a mí me parece de una belleza impresionante...
      en cualquier caso me alegro de hacer entender, ¡de eso se trataba!

      Eliminar