Alzar
un aforo completo. Eso es algo que cualquier actor desea: ver al público de
toda una sala puesto en pie, aplaudiendo con rabia. Y eso es precisamente lo
que consiguió anoche Ron Lalá en la sala verde de los Teatros del Canal. El estreno
de Siglo
de Oro, siglo de ahora (folía) fue todo un éxito.
Los cinco actores, de izda a dcha: Daniel Rovalher, Juan Cañas, Miguel Magdalena (en su papel de Talía) Iñigo Echevarría y Álvaro Tato - Foto de David Ruíz- |
Don Filólogo Lumbreras (Iñigo Echevarría) - Foto de David Ruíz- |
Las
risas y los aplausos interrumpen el espectáculo constantemente mientras Yayo
Càceres (el director de Ron Lalá) observa nervioso e ilusionado desde la primera planta. Es lo que ocurre
cuando se echan en la coctelera humor, música, crítica y teatro y se mezclan
bien, sin agitar demasiado. Risas en verso que ponen sobre las tablas a
personajes tan variados como el gran inquisidor Torquemada, Cristiano Ronaldo,
Shakespeare o la musa del teatro, Talía. Menos mal que el licenciado don
Filólogo Lumbreras (encarnado por Íñigo Echevarría) nos guía entre todos ellos
para mostrarnos cómo este siglo de ahora en poco difiere del que llamamos de
oro.
Juan Cañas en un aparte - Foto de David Ruíz- |
El
espectáculo está concebido como una folla o folía, que además de locura, es una
obra compuesta por la suma de algunas piezas cómicas breves. Así que para
reactivar los clásicos entremeses y jácaras de nuestra tradición teatral y
dejar de llamarlos skeches, los cinco actores de la compañía desembarcan en el
Canal en medio de una alegre mojiganga carnavalesca. Este es el modo de
ponernos sobre aviso de la que se nos viene encima durante los siguientes noventa
minutos. ¿Y cómo no invocar a la musa del teatro para tamaña empresa? Lo hacen,
y de qué manera. Solicitan inspiración y sobre todo algunos euros para salvar
la crisis actual qué también lo es del teatro pero la Talía interpretada por
Miguel Magdalena es dura de roer y no se deja llevar. Los que sí se dejan
llevar son los espectadores. Suave es el tránsito entre escena y escena en
dirección a los entremeses. Para abrir boca un sastre con el que los no
iniciados en el mundo teatral aprenderán lo que es un aparte y junto a los que
ya saben de qué va la cosa podrán reír bien a gusto a costa de los íntimos
deseos de cada cual. ¿Qué pretendemos ver cuando miramos en el espejo? Poder,
fama, riquezas… casi todo nos lo consigue el sastre ronlalero para goce y
disfrute de todos los presentes.
Hamlet (Álvaro Tato) y Don Quijote (I. Echevarría) |
De un entremés al siguiente. Ahora dos famosos personajes literarios se alían
para conseguir su objetivo, haber sido escritos por su autor predilecto. En escena
se nos presentan Cervantes y Shakespeare, Don Quijote y Hamlet. Haciendo causa
común consiguen su propósito: quedar el príncipe de Dinamarca del brazo del
inglés y el caballero andante, acompasado con el manco de Lepanto. En esas
estamos cuando nos interrumpe una jácara sacramental. Que nadie tema, ahí está de
nuevo el licenciado don Filólogo Lumbreras para ponernos al día sobre las
jácaras. En este caso los cuatro pícaros delincuentes que se enfrentan encarnan
cuatro puntos cardinales del ser humano, el dinero, la justicia, las bajas
pasiones (léase lujuria pura y dura) y la guerra. Quién gana el premio gordo lo
dejamos para que se vea en escena, eso sí, una pista de nada: se lo lleva el de
siempre.
La Justicia (Miguel Magdalena) - Foto de David Ruíz- |
Para
partir por el medio la representación tenemos un discurso. Lo declaman a medias
el insigne Conde-duque de Olivares y un político muy actual, a saber, el “…consejero / del secretario primero / de la
segunda asesora / del intendente suplente / del agente homologado / del
portavoz delegado / del subvicepresidente”. Es curioso como, cual si
de una peli de ciencia ficción se tratara, el espacio tiempo se pliega sobre sí
mismo para conseguir tal maravilla. Pero sí, ahí tenemos un primer salto de
cuatro siglos y un segundo de otros cuatro a cargo de un futuro Álvaro Tato venido
del siglo veinticinco. Así podemos ver con estupor que Tancredi, aquel famoso
personaje de El Gatopardo (Giuseppe Tomasi di Lampedusa -1957-) tenía razón con
lo de "Si queremos que todo siga
como está, necesitamos que todo cambie". Pues eso, como diría Julio
Iglesias, “la vida sigue igual”.
Daniel Rovalher y Juan Cañas cercenados por el censor - Foto de David Ruíz- |
Tras
la política viene, como anillo al dedo, la censura. Un Nihil Obstat que no llega y la carencia se
escenifica con unas enormes tijeras que van cercenando el pensamiento,
podándolo para que crezca como se quiere y de ninguna otra manera. Con los
personajes algo recortados, más bien mutilados, hace aparición el sultán Muley,
protagonista del Entremés
del moro. Hasta su palacio llega a pedir auxilio una dolorida España
con tantos volantes rojigualdos como dignidad. Y recibe clemencia pero a un
precio profético:
“Por falsa y por asesina
tu imperio se irá a la ruina.
En dos siglos y dos meses
te invadirán los franceses.
Por ser tan burda y tan vil
sufrirás guerra civil.
Por diezmar nuestra cultura
te caerá una dictadura.
Primero dictará Franco,
después dictarán los bancos.
Aunque ganes el Mundial
la crisis será bestial.
Aunque ganes en deportes
te freirán los recortes.
Todo el siglo dieciocho será un largo tocomocho
y en el diecinueve pagarás lo que nos debes.
Todo el siglo veinte será un timo indecente
y un pincho moruno será el siglo veintiuno”
El enamorado Daniel Rovalher sufre por su amada - Foto de David Ruíz- |
Después
de tanta tragedia cualquiera necesita un respiro y qué mejor que el tan
arraigado cotilleo de nuestra cultura. Más antiguo que el mito de la portera es
el hecho del mentidero. Hasta allí nos llevan y para que todos comprendamos
cómo se crea un rumor ponen al patio de butacas a jugar al clásico teléfono
escacharrado. Es decir, Álvaro Tato da una suculenta información a un
espectador y éste debe transmitirla raudo como el viento al oído de quien se
encuentra a su derecha, y éste al siguiente hasta que tras dos o tres, el
último debe escribir lo que ha recibido en la libreta de Miguel Magdalena. Tato
nos informa de los datos originales y Magdalena de lo que ha quedado. Como es
de esperar, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Y del
mentidero a los lances de amor. Como si de Cyrano de Bergerac se tratase, un
tierno Daniel Rovalher enamorado acude a nuestro anfitrión Filólogo Lumbreras
pues él mismo no sabe decir versos bajo la reja de su bella dama. ¡Pobre galán
burlado por el malévolo Lumbreras y su compinche en la piel de Juan Cañas! Como
es un romántico acude desesperado a encontrarse con la muerte al borde de un
precipicio donde el eco del público le indicará el camino a seguir.
Los cinco supervivientes de Flandes de izda a dcha: Miguel Magdalena, Juan Cañas, Daniel Rovalher, Álvaro Tato e Iñigo Echevarría - Foto de David Ruíz- |
Quienes
crean que en este punto toca su fin la obra, que no se dejen engañar. Aún queda
el Fin de fiesta
(flamenco de Flandes). Y es que “Perilla de la Villa” (alias Miguel
Magdalena) no podía pasar un espectáculo sin su sesión de flamenco. Ante nosotros
se presentan los cinco supervivientes de un Tercio de Flandes para traernos una
música muy particular sin dejarse por el camino el “¿quién mató al comendador? / Fuenteovejuna, señor”. Eso sí para
saber cómo se cuela Lope entre estos cánticos y algunos secretos más, lo mejor
es pasarse por los Teatros del Canal antes del 4 de Noviembre.
Ahora
sí es el momento de los vítores y las ovaciones pues el espectáculo bien lo merece.
Iluminación con estilo, versos al ritmo de la música, humor, la crítica ácida
del limón de Ron Lalá, participación del público y una excelente adaptación de
los clásicos géneros breves españoles hacen de Siglo de Oro, Siglo de ahora (folía)
una obra que hace reír a carcajadas con calidad.
La ovación del estreno en el Canal es digna de admiración
*****
Simplemente geniales, igual que tu reseña. Felicidades.
ResponderEliminar¡Muchas gracias Jose Luís!
EliminarA ti. ;) Y gracias también por el comentario en mi blog.
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