jueves, 11 de octubre de 2012

Los entresijos del Español al aire

Por favor, ocupen sus asientos, la función va a comenzar”. Eso solían decir los avisos, pero hoy quienes pisan las tablas no son actores sino los jubilados de los centros culturales La Guindalera y Maestro Alonso. Durante una hora van a recorrer las tripas del Teatro Español de la mano de Beatriz, que lleva paseando gente por sus pasillos un tiempo largo.


Los visitantes sobre el escenario de la sala principal

Pese a sus más de cuatrocientos años de actividad el Teatro Español goza de buena salud: su interior lo revela. El recorrido empieza en la entrada principal. Los mármoles del bar nos reciben para dejar espacio paso a paso al hombro izquierdo del escenario. Este lateral lleva el sobretítulo de “patio de caballos” porque era a donde daba cuando este edificio entrado en años era aún el popular Corral de la Pacheca. Frente por frente se encuentra el hombro de Labra y entre ellos, el ansiado escenario de la sala principal.

Parte de la escenografía vista desde el telar
Ahí, esperando la llegada de los actores, descansa pacientemente la escenografía de Los conserjes de San Felipe aunque pronto desaparecerá para albergar la de una nueva obra. Ahora sí, el visitante se sitúa ante las setecientas cuarenta butacas de la sala. Imponen incluso estando vacías así que merece la pena imaginar esos mil cuatrocientos ochenta ojos mirando fijamente cada movimiento que ejecutamos. Acongoja y por eso los alumnos de un instituto cuando representaron una breve escena de Las Troyanas durante una visita como ésta, no pudieron evitar sentirse intimidados. Nos encontramos en un teatro a la italiana, con forma de herradura y palcos a distintas alturas. Hubo un foso –donde el ahora extinto apuntador echaba un cable a los actores que debían aprender multitud de papeles- y un contrafoso pero hoy están desaparecidos. La que sigue en su lugar es la chácena, el almacén de decorados que se esconde tras el escenario visible. Nos señalan un pequeño espacio muy arriba y muy al fondo. En ese lugar estuvo la “sala de los curillas” un entorno ideal para la censura y para disfrutar de las obras poco propias de un clérigo. El cuarto clerical ha sido ocupada por los ensayos, así es destino. A los lados del escenario, en el segundo piso, se miran el palco del rey y el palco del alcalde. Hoy en día ya no se utilizan así como los salones que fueron exclusividad de uno y otro. Sólo la gente del teatro y los visitantes tienen el privilegio de asomarse a estas lujosas estancias que, dicho sea de paso, si el rey tenía un ascensor propio, el saloncito del alcalde era mucho mejor.


El intrincado telar del Teatro Español
Llega el momento de elevarnos a las alturas y todo el grupo sube al telar. Este extraño rincón es uno de los que más disfrutan las visitas, probablemente porque no se está acostumbrado a verlo. Ante nuestros ojos se despliega la parrilla, concierto de vigas de metal que mediante cuerdas, poleas y otros ingenios permiten que las bambalinas y los trastos suban y bajen al compás adecuado. Del otro lado, más discretas, aparecen las chocolatinas, unas piezas de aspecto inofensivo pero cuya importancia es nada menos que la de hacer contrapeso a todas esas escenografías pintadas y telones. Estamos en el siglo XXI pero el mecanismo es manual de modo que el vaivén de los elementos responde no a un autómata sino a la sensibilidad de los fornidos maquinistas. Ellos fueron en otro tiempo marineros y los causantes de que todo el argot de este entramado tenga que ver con las aguas: en este territorio de nudos marineros, se desembarca y se ventea, nada menos. No se puede subir hasta el peine, demasiado complicado de acceder, por lo que el paseo continúa hacia la parte más alta desde la que un espectador puede disfrutar de una obra.

La impresionante lámpara de la sala principal

La decoración de las esquinas de las salas no es tal,
sino el modo de comunicar lo que ocurre entre ellas
Acomodados en las butacas asistimos a un breve recorrido histórico. Correteamos por el devenir del Español desde que Felipe II permitió la creación de la Cofradía de la Sagrada Pasión que se apropiaría del famoso Corral de la Pacheca, es decir éste, hasta las ampliaciones del año noventa y cinco pasando por incendios, saqueos y remodelaciones. Precisiones a parte, hay curiosidades que merecen mención. Como que conserva de algún modo su forma inicial pues lo que hoy acoge el patio de butacas fue patio de luces y lo que hoy llamamos palcos fueron balcones de corrala. Todo tiene su razón de ser que es puro sentido común. El sol se pone por el oeste que es precisamente a donde dirige su mirada este edificio, cuestión que debía de parecer muy práctica pues el escenario quedaba iluminado durante mayor número de horas gracias a la madre naturaleza. También interesante es la teoría de por qué es todo tan rojo en la decoración y del mismo modo tiene su lógica: se trata de un color cálido que nos hace pensar que estamos calentitos aunque no haya calefacción en el duro invierno, ¡milagros de la sinestesia!

El teatro visto a través de los espejos que en
el siglo XIX servían para cotillear quién iba

Rincón del Salón de té, con el versátil reloj
Con una sobredosis de información dirigimos nuestros pasos al Salón de té. Esta habitación que suele ser para ruedas de prensa no sólo conserva el nombre de lo que fue, una cafetería, sino que aún tiene un enorme reloj. El tamaño es desorbitado no para goce y disfrute de miopes sino porque en su interior esconde un montaplatos a través del que se elevaba con rapidez cualquier cosa desde el actual bar. Si nos fijamos, en aquel de abajo hay una gran columna, tan grande como el dichoso reloj. Paseamos rápidamente hasta la Sala Tirso de Molina, también llamada Sala Azul por el color de su decoración. En esta luminosa habitación neoclásica tenía el privilegio la primera actriz de recibir a sus familiares, cosa que hoy se deja para los camerinos. Por aquí pasea el público en los entreactos y la prensa en las recepciones. Otro cuarto que se visita más adelante es el Parnasillo, un rincón para la reunión o la recepción de distinto tipo. Se ha usado para la primera lectura de obras y por él han pasado algunos de los más importantes autores españoles. Sigue siendo lugar de encuentro para organizar la programación y las reuniones del director –Natalio Grueso- con las compañías por lo que a veces queda suprimido de la visita.

Sala polivalente
El recorrido nos lleva a uno de los pasillos de camerinos, todos nombrados como célebres autores españoles. Entre maquillajes y ropas se dan cita Lope de Rueda, Cervantes o Calderón de la Barca. Y desde esta reunión de celebridades, a un lugar inesperado. De repente nos reciben unas enormes telas, se trata de la escenografía de Carlo Monte en Monte-Carlo, de Jardiel Poncela. Así se enmarcan unos sillones y mesas en el patio de luces que hace de repartidor de las oficinas del teatro situadas sobre nuestras cabezas en los corredores de los pisos superiores. Ahí, como vecinos de una corrala, trabajan los diversos departamentos técnicos. El asombroso patio cuando es necesario hace las veces de sala de recepción de prensa grande o de camerino improvisado.

 

Beatriz Montiel durante la entrevista
Antes de la despedida, sólo queda hacer una incursión a la sala pequeña, repleta de bolsas de basura que no son un descuido sino la escenografía de Gaviotas subterráneas. Aquí caben entre cien y doscientas almas según se organicen las filas, que pueden modificarse a capricho del montaje. Una sala moderna de paredes negras en la que el espectador se sitúa al mismo nivel del actor pues no hay tarima elevada. Lo de la oscuridad es lo que menos convence a la visita de hoy: aseguran que el color negro queda muy triste… por mucho que sea útil en el teatro. Según cuenta Beatriz es algo que le dicen mucho. Es, junto a la pregunta de “cómo se limpia la lámpara de la sala principal”, un auténtico clásico. Cuenta con una sonrisa cómo estas visitas sin ser nuevas –muchos creyeron que sí- han subido en afluencia desde la publicidad veraniega. “Con la promoción de las dos semanas gratuitas los teléfonos echaban humo”, las entradas se agotaron en seguida y aún ahora, suele haber al menos diez visitantes diarios. La impresionante lámpara de la sala principal y el telar acaparan el éxito pero ella asegura que disfruta en cada lugar que muestra sin cansarse, como el primer día. “Ahora sí que conozco bien las tripas del Español” murmura una mujer mientras sale por la puerta. Lo cierto es que aún quedan cosas por ver. Por ejemplo el misterioso pasadizo encontrado en el lateral de la calle Prado que comunica con el Palacio Real y un par de conventos o el fantasmagórico peine donde algunos técnicos y trabajadores de seguridad aseguran haber sentido presencias extrañas. Dicen las malas o miedosas lenguas que el espíritu de un actor fallecido en escena y el de un trabajador del teatro pululan por las alturas y dan toques en el hombro para luego no ser vistos. Lo cierto es que al teatro le vienen mucho mejor los visitantes vivos.

El Teatro Español bajo la atenta mirada de Lorca


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Para información sobre las visitas.

Para saber más sobre la historia del teatro sus recovecos.



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