Risas,
brindis y cervezas. Trago va y trago viene, los vasos se van vaciando.
Y
desde el otro lado de la barra él observa. Es un bar cualquier con una barra de
esas en forma de “U”. De metal y con un reborde bastante incómodo para apoyarse
y que además provoca que al coger o dejar la caña, el vaso tropiece con él y se
derrame la mitad.
Parece
que hace tiempo que no se ven y tienen mucho que contarse. Charlan animadamente,
a menudo con carcajadas. Se abrazan. Cuanto más beben, más abrazos. Los seis
parecen disfrutar. ¿Dije los seis? Bueno, no es exacto: cinco disfrutan de la
compañía unos de otros, pero ella no. A sus manos parecen haberles salido una
adherencia. Quizá por gemación, quién sabe. Como decía don Hilarión “hoy los tiempos adelantan que es una
barbaridad”. No para. No se da ni un segundo. Click-click-click-click... Debe de ser apasionante porque parece
metida en una escafandra dentro de la que ni oye ni ve a sus amigos. Porque habrá
que imaginar que también son amigos suyos, claro.
El
hombre tiene los ojos fijos en sus manos. Los disparados dedos de ella sobre el
aparatejo lo tienen atrapado. Y cada vez más nervioso. Al menos le podría
quitar el sonido. Click-click-click-click…
click-click… click-click-click-click-click-click-click… -click-click-click… En la cabeza
del hombre cada vez resuena con más intensidad. Como
si las manos tuvieran instalado un megáfono.
Se
dirige al servicio. No coge ni el bolso, pero en ningún momento suelta su
móvil. Los demás van por la sexta ronda y ella apenas ha probado su cerveza. El
hombre sale disparado tras ella y la sigue escaleras abajo. Ella no se da
cuenta. Sigue sin parar: Click-click… click-click-click-click-click
… click … click-click… click-click-click-click-click… -click-click-click… -click-click-click-click-click-click…
Abajo el espacio se divide: hombres a la derecha, mujeres a la izquierda. Los dos
escogen la misma dirección. Hace un frío digno de un infierno de hielo. Pero
claro, ella ni siente ni padece. Entra en el váter, un diminuto cubículo
separado del lavamanos. Por fin él lo consigue: atranca violentamente la puerta
y piensa con alivio “en algún momento se
le acabará la batería”. Tranquilamente vuelve a subir con una gran sonrisa
y se pide, ahora sí, un doble.
El "Desafío Extremo" que vi ayer en Microsiervos: cuando vayas a comer con amigos, todos dejáis el móvil en el centro de la mesa, y el primero que no resista y coja el móvil, paga la comida XDDD
ResponderEliminarjajaja sí, de eso se trata, me temo... de momento yo soy más el señor pero quién sabe si algún día podría llegar a ser la chica, ¡qué miedo!
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