lunes, 28 de enero de 2013

Relatos en cueros


¿Le apetece un regaliz? Quizá le guste menos cuando la voz de Antonio Ross desvele los secretos del desratizador… pero para eso tendrá que quedarse en la oscuridad de la sala. Allan Poe, Jacobs y Roald Dahl le esperan, no tiene nada que temer. O tal vez sí.

La música llena la pequeña estancia y los cuchicheos se van apagando. Sólo una vela ilumina las facciones del actor que en silencio se pasea entre sus visitantes. Los observa, uno a uno. Se para ante ellos y les hace sostener la mirada. Nadie osa murmurar siquiera cuando Ross se decide a prender los demás cirios del candelabro. Entonces anuncia con solemnidad el menú del día: La pata de mono, de William W. Jacobs; El Desratizador, de Roald Dahl y El Corazon De Hojalata, de Edgar Allan Poe.



La música ha parado y ha dado paso a otra más tenue, más acorde al conocido relato de Jacobs. El público clava sus pupilas en el rostro levemente iluminado del intérprete que va desliendo las palabras del autor británico. Las desventuras de la familia White a causa del extraño amuleto del sargento Morris prenden al auditorio. Casi parecen escucharse el viento y los golpes en la puerta que tienen aterrado al pobre señor White. Ross es todos los personajes y ninguno al mismo tiempo, pues consigue desaparecer dando presencia a cada uno de ellos. Así continúa hasta el clímax. El inquietante cuento ha concluido. Lo muestran el maestro de ceremonias con sus gestos y la música con su nuevo cambio.

Es el turno del también británico Roald Dahl. Quienes sólo conozcan a este autor por títulos como como Charlie y la fábrica de chocolate o James y el melocotón gigante quedarán sorprendidos de lo macabro que puede llegar a ser. El Desratizador presenta una historia oscura, casi una simple anécdota pero capaz de poner mal cuerpo al más pintado. Ross lo recita magistralmente en primera persona y no deja de perder habilidad cuando nos presenta al personaje que da título al relato. Se trata de un tipo de aspecto arratonado, grandes dientes y mirada torva que se asoma entre la voz del actor de un modo realmente atroz. La entonación de Ross se ha vuelto pastosa y sibilina para que podamos comprender mejor cómo es este hombre despreciable y repulsivo. Y lo hacemos, claro que lo hacemos. ¿Quién iba a imaginar que sentiríamos tanta piedad de las ratas?



Los dos personajes de Roald Dahl han hecho mutis por el foro. Tenemos de nuevo un escenario vacío y completamente a oscuras dado que nuestro anfitrión ha tenido la amabilidad de soplar todas y cada una de las velas. Así que nos ha dejado de nuevo en la más absoluta negrura, tratando de mirarnos unos a otros. De repente la habitación se llena de una música terrible y en el techo se enciende una lámpara de luz azulada y fría. Ross vuelve a la escena pero ya no va simplemente vestido de negro sino que porta una camisa de fuerza. Realmente parece un loco aunque asegure que no lo es. Ahora encarna al protagonista de El corazón de hojalata y las palabras escritas por Edgar Allan Poe toman cuerpo en sus labios. Nos asegura que está cuerdo, ¿cómo si no podría escuchar cosas que nosotros ni soñaríamos? Por si no le creemos nos narra los hechos por los que se encuentra en tal situación y desde luego parece imposible que sea mentira. Ese asesino creado por el estadounidense se encuentra ante nosotros. Se ha cargado al viejo, ni por odio ni por dinero, sino por su mirada, por su ojo de halcón. Pero su exceso de cordura, sus increíbles habilidades serán las que le pongan en un brete: el corazón del viejo cada vez suena más fuerte. Y entonces Ross no puede más y confiesa.


Colorín colorado. La función se ha terminado. El artista nos anuncia el final con una sonrisa que parece imposible que sea la del asesino de Poe, la del siniestro desratizador de Dahl o la del temeroso señor White de Jacobs. Y sin embargo lo es. Porque durante una hora Antonio Ross a solas sobre las tablas es todos ellos. Nos ha hecho sonreír y nos ha hecho sentir angustia y asco. Y todo eso lo ha conseguido un hombre solo. De nuevo la oscuridad vuelve a llenar la sala.

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El actor Antonio Ross pasea su espectáculo Relatos de Misterio y Terror por el escenario de La escalera de Jacob, aunque también a veces se deja caer por otros lugares más inesperados, como la librería Ocho y medio.

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