Te
ha visto. Ya no puedes evitarlo.
Clava
su mirada azul en ti y se acerca. ¡Dios mío! Te azoras, bajas la vista. Sonríe dulcemente
sin dejar de aproximarse. ¡Dios mío!
Empiezas
a sudar frío como si no hubiera mañana. Intentas recordar lo que te enseñó
aquella profe de la autoescuela: “si un camión te hace de pantalla y nadie
puede cruzarse hacia ti, aprovecha el momento”. Está claro. Esa amable ancianita
hará las veces de camión.
No.
No funciona. La dribla y va directamente hacia ti.
No
habrá una segunda oportunidad. Eres su presa. Empieza a hablar como si fuerais grandes
amigos… a saber de qué ONG acabarás siendo hoy.
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