jueves, 7 de febrero de 2013

Luz y naturaleza desdibujadas


“¡Mi taller! Pero yo no he tenido nunca taller, y no comprendo que alguien se encierre en una habitación”. Las palabras de Claude Monet publicadas en La Vie Moderne son toda una declaración de intenciones que reflejan el espectáculo de esta exposición.


C. Monet - El deshielo en Vétheuil, 1880

Un paso atrás, dos, tres… ahí. Mejor casi en el centro de la habitación. Así es como podrá usted contemplar en todo su esplendor las pinturas que le ofrece el Museo Thyssen-Bornemisza hasta mediados de mayo. Estas pinceladas sueltas, a veces dulces, otras agitadas y violentas se ven mejor con la distancia. Con “Impresionismo y aire libre. De Corot a Van Gogh” nos proponen un paseo por el paisaje natural desde finales del siglo XVIII hasta casi principios del XX, una auténtica conversación entre autores de distintos momentos con ideas comunes.

Ruinas, azoteas y tejados
Valenciennes - Loggia en Roma: tejado al sol - 
Loggia en Roma: tejado en sombra, 1782‐1784
Empecemos por la caída de la civilización. O por mirarla desde arriba. El interior del Coliseo romano de Christoffer Wilhelm Eckersberg, con sus líneas definidas y detalles, contrasta con la línea más desdibujada de Corot. En el francés la naturaleza ha ido ganando terreno a la humanidad tanto que El puente de Narni apenas si resulta una excusa para mostrar el entorno. Pero no todo va a ser naturaleza. En esta primera estancia encontramos la única excepción de la muestra: tejados y azoteas. Pierre-Henri de Valenciennes era un paisajista neoclásico pero consideraba esencial los estudios del natural aunque no les daba mayor importancia y siempre los terminaba en su estudio. Sin embargo son sus palabras las que encontramos en la pared: “Todo estudio del natural debe hacerse rigurosamente en el intervalo de dos horas a lo sumo: y si se trata de un efecto de amanecer o de puesta de sol, no se debe emplear más de media hora”. Lo cierto es que sus estudios al aire libre estaban únicamente ligados al ámbito privado pero abren ya un nuevo camino. Sus tejados nítidos pero sin demasiados detalles apenas tienen un lejano parentesco con las vistas desde la ventana de Corot, retratada unos cuarenta años más tarde. Orleans, vista desde una ventana hacia la torre de Sainte‐Paterne nos ofrece más una corazonada, más un efecto que una seguridad, se trata de un instante robado a vuelapluma.

C. Corot - Orleans, vista desde una ventana
hacia la torre de Sainte‐Paterne, c. 1830

Rocas
T. C. d'Aligny - Bosque de Fontainebleau,
entre Chailly y Barbizon, c. 1845
Esta parte hará las delicias de los geólogos. O tal vez los suma en eternas dudas, pues más que un tratado de precisión la mayoría de estos artistas buscaban otros efectos. Fue la Escuela de Barbizon la que se sintió atraída hacia las formaciones rocosas que ocupan gran parte del bosque de Fontainebleau, al sur de París, y a partir de ahí crearon una tendencia. A éste pertenece una de las representaciones más hipnóticas de la sección, Bosque de Fontainebleau, entre Chailly y Barbizon, de Théodore Caruelle d'Aligny. Tengan cuidado porque si lo miran muy fijamente y se asoman podrían caer y despeñarse entre esos hermosos riscos bañadas en claridad. Más sombrías y tristes son las rocas de Cézanne. El postimpresionista retomó el motivo para trabajar en la construcción del volumen y el espacio siguiendo las características de su obra, carente de perspectiva o sombreado a base de toques empastados pero fundidos.

P. Cézanne - Peñascos en el bosque, c. 1893

Montañas
F. Hodler - El Niesen visto desde Heustrich, 1910
Abandonamos los peñascos pero no del todo. Ya no los encontramos en forma de bodegón pero está claro que los montes contienen piedra así que la despedida no es total. Nos encontramos una lucha entre gigantes naturales de la que Carl Gustav Carus hace una buena introducción con su Valle en la alta montaña. El contorno se desdibuja para producir una sensación de amplitud en un horizonte que resplandece, pero el valle del alemán amante de la Naturphilosophie aún habría que encuadrarlo más bien en el romanticismo. Poco tiene que ver su brillante claridad con la oscuridad tenebrosa del Vesubio soltando fuego a toda máquina de Achille‐Etna Michallon o el reflejo casi onírico que Ferdinand Hodler hace en El Niesen visto desde Heustrich., el cielo de un azul intenso se ve interrumpido por el Niesen verde, plano e imponente y ambos rodeados de una extraña danza de nubes. La variedad es tal entre estas diversas cordilleras que se desencadena un debate encarnizado en el que sólo puede salir ganando el visitante.

Árboles y plantas
G. Seurat - El bosque de Pontaubert, 1881
El camino nos lleva por una vereda sinuosa, a veces más verderona, a veces menos. Con árboles, líquenes, humedales… Después de los de la escuela de Barbizon, los impresionistas ya rechazados y por tanto, conocidos, se cuelan también por el bosque de Fontainebleau. La vegetación no será ya un mero decorado sino la protagonista indiscutible de los retratos. Algunos harán de un tronco de árbol la figura central pero otros, nos harán deleitarnos con el sol que se filtra entre las hojas. No cabe ninguna duda de que sobre el lienzo de T. Rousseau acaba de caer un buen chaparrón: nos lo chiva el color del cielo, el brillo de los arbustos, el suelo… No muy lejos nos topamos con el único puntillista expuesto. Un joven Seurat nos da su particular visión fragmentada de El bosque de Pontaubert, donde el verde ha ido ganando terreno a los tonos terrosos que poco a poco el pintor científico eliminará de su paleta. Cuestión aparte merece el contraste entre Álamos a orillas del río Epte, atardecer, de Claude Monet y El hospital de Saint‐Remy de Vincent van Gogh. La dulzura y los tonos pastel del primero chocan frontalmente con los retorcidos troncos del neerlandés. “No invento todo el cuadro; al contrario, me lo encuentro completamente hecho, pero sin desbrozar, en la naturaleza” aseguraba en una carta a E. Bernard desde el asilo en el que se encontraba, frente al hospital de Saint Remy.

C. Monet - Álamos a orillas del río Epte, atardecer, 1891
V. van Gogh - El hospital de Saint‐Remy, 1889

Cascadas, lagos, arroyos y ríos
F. Hodler - Bosque con arroyo de montaña, 1902
A partir de este punto el azul será el protagonista de los colores. Frente a La cascada de Mahoura, Cauterets, de Daubigny todo queda pequeño. La vemos desde dentro del río y casi parece un milagro no ser arrastrados por la corriente, al igual que ocurre con el Bosque con arroyo de montaña de Hodler. ¿Quién sabe cómo podemos mantenernos en pie en medio de ese torrente expresionista? Sin respuesta nos colamos entre la espesura de El arroyo de Brème. Courbet nos introduce en una catedral de ramas en la que agua y la floresta se funden hasta no saber dónde empieza una y termina la otra. Frente por frente han colocado otro cuadro del mismo creador: El Château de Chillon. La superficie del lago Lemán desprende todo tipo de destellos sobre su superficie en plácido reposo frente a la que el bello castillo gótico es apenas nada.


G. Courbet - El Château de Chillon, 1874


Cielos y nubes
E. Boudin - Estudio de cielo sobre la dársena del
puerto comercial de El Havre, c. 1890‐1895
Llega el momento de alzar la cabeza y disfrutar de amaneceres, atardeceres, cielos enmarañados y auténticas trombas de agua. Los trazos agitados de Van Gogh tienen un paralelismo en los cielos de Boudin. La dársena de Le Havre se muestra multicolor a nuestros ojos en clara oposición a la increíble tranquilidad que presenta ahora el holandés con Los descargadores en Arlés. Las siluetas recortadas contra el atardecer del puerto ofrecen una inquietud sólo al nivel de su propia calma.

“El cielo es la ‘fuente de luz’ en la naturaleza y lo gobierna todo”. Estas palabras son de J. Constable a su amigo J. Fischer pero parece que quien las entendió a la perfección fue Monet, o al menos así se ve plasmado en Lluvia en Belle‐Île‐en‐mer. Los pigmentos se desbordan en esta tormenta refulgente. El expresionista Emil Nolde es el encargado de cerrar con sus esponjosas Nubes de verano el diálogo celeste

El mar
G. Courbet - La ola, c. 1869
La última parada tiene lugar entre olas de espuma salubre. Todo parece estar en calma hasta que La ola de Courbet pretende engullirnos. Desde la pared algo llama la atención aún más de lo normal: unas imágenes se asemejan mucho a otras. Se trata de Étreat, una pequeña localidad en la costa norte de Francia donde las playas dan paso a increíbles acantilados y entre ellos, un arco de piedra natural llamado Porte d'Aval y frente a ella una columna monumental, L'aiguille d'Etretat. Hasta allí se encaminaron algunos y así es como podemos comparar la visión que tuvieron de ese lugar Monet, Boudin y Courbet. “…la tormenta ha aumentado en violencia, es algo extraordinario de ver el mar; ¡qué espectáculo! Está de tal manera desencadenado que uno se pregunta si será posible que se vuelva a calmar” así describía sus sensaciones Monet a la que sería su segunda esposa, Alice Hoschedé. Al mar agitado y la tormenta suceden la calma de Boudin y parece que todo está tranquilo cuando Renoir nos revela la hermosura de la Marea baja, Yport, a poco más de diez kilómetros de sus compañeros.

Hemos caminado de la tierra al mar, entre peñascos, mirando al cielo, por riachuelos y florestas. Ahora toca salir a la calle pero se lo advierto, con tanta luz acumulada en las retinas el exterior puede resultar verdaderamente oscuro.

Pierre‐Auguste Renoir - Marea baja, Yport, 1883


**********

Para más información sobre “Impresionismo y aire libre. De Corot a Van Gogh”, visitar el microsite de la exposición.

Podrán observar este centenar de cuadros hasta el 12 de mayo en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid.



No hay comentarios:

Publicar un comentario