“¡Mi
taller! Pero yo no he tenido nunca taller, y no comprendo que alguien se
encierre en una habitación”. Las palabras de Claude Monet
publicadas en La Vie Moderne son toda una declaración de intenciones que
reflejan el espectáculo de esta exposición.
C. Monet - El deshielo en Vétheuil, 1880 |
Un
paso atrás, dos, tres… ahí. Mejor casi en el centro de la habitación. Así es
como podrá usted contemplar en todo su esplendor las pinturas que le ofrece el
Museo Thyssen-Bornemisza hasta mediados de mayo. Estas pinceladas sueltas, a
veces dulces, otras agitadas y violentas se ven mejor con la distancia. Con
“Impresionismo y aire libre. De Corot a Van Gogh” nos proponen un paseo por el
paisaje natural desde finales del siglo XVIII hasta casi principios del XX, una
auténtica conversación entre autores de distintos momentos con ideas comunes.
Ruinas, azoteas y tejados
Valenciennes
- Loggia en Roma: tejado al sol -
Loggia en Roma: tejado en sombra, 1782‐1784
|
Empecemos
por la caída de la civilización. O por mirarla desde arriba. El interior del
Coliseo romano de Christoffer Wilhelm Eckersberg, con sus líneas definidas y
detalles, contrasta con la línea más desdibujada de Corot. En el francés la
naturaleza ha ido ganando terreno a la humanidad tanto que El puente de Narni apenas si resulta una excusa para mostrar el entorno.
Pero no todo va a ser naturaleza. En esta primera estancia encontramos la única
excepción de la muestra: tejados y azoteas. Pierre-Henri de Valenciennes era un
paisajista neoclásico pero consideraba esencial los estudios del natural aunque
no les daba mayor importancia y siempre los terminaba en su estudio. Sin
embargo son sus palabras las que encontramos en la pared: “Todo estudio del natural debe hacerse rigurosamente en el intervalo de
dos horas a lo sumo: y si se trata de un efecto de amanecer o de puesta de sol,
no se debe emplear más de media hora”. Lo cierto es que sus estudios al
aire libre estaban únicamente ligados al ámbito privado pero abren ya un nuevo
camino. Sus tejados nítidos pero sin demasiados detalles apenas tienen un
lejano parentesco con las vistas desde la ventana de Corot, retratada unos
cuarenta años más tarde. Orleans, vista
desde una ventana hacia la torre de Sainte‐Paterne nos ofrece más una corazonada,
más un efecto que una seguridad, se trata de un instante robado a vuelapluma.
C. Corot - Orleans, vista desde una ventana hacia la torre de Sainte‐Paterne, c. 1830 |
Rocas
T. C. d'Aligny - Bosque de Fontainebleau, entre Chailly y Barbizon, c. 1845 |
Esta
parte hará las delicias de los geólogos. O tal vez los suma en eternas dudas,
pues más que un tratado de precisión la mayoría de estos artistas buscaban
otros efectos. Fue la Escuela de Barbizon la que se sintió atraída hacia las
formaciones rocosas que ocupan gran parte del bosque de Fontainebleau, al sur
de París, y a partir de ahí crearon una tendencia. A éste pertenece una de las representaciones
más hipnóticas de la sección, Bosque de
Fontainebleau, entre Chailly y Barbizon, de Théodore Caruelle d'Aligny.
Tengan cuidado porque si lo miran muy fijamente y se asoman podrían caer y
despeñarse entre esos hermosos riscos bañadas en claridad. Más sombrías y
tristes son las rocas de Cézanne. El postimpresionista retomó el motivo para
trabajar en la construcción del volumen y el espacio siguiendo las
características de su obra, carente de perspectiva o sombreado a base de toques
empastados pero fundidos.
P. Cézanne - Peñascos en el bosque, c. 1893 |
Montañas
F. Hodler - El Niesen visto desde Heustrich, 1910 |
Abandonamos
los peñascos pero no del todo. Ya no los encontramos en forma de bodegón pero
está claro que los montes contienen piedra así que la despedida no es total. Nos
encontramos una lucha entre gigantes naturales de la que Carl Gustav Carus hace
una buena introducción con su Valle en la
alta montaña. El contorno se desdibuja para producir una sensación de
amplitud en un horizonte que resplandece, pero el valle del alemán amante de la
Naturphilosophie aún habría que encuadrarlo más bien en el romanticismo. Poco
tiene que ver su brillante claridad con la oscuridad tenebrosa del Vesubio
soltando fuego a toda máquina de Achille‐Etna Michallon o el reflejo casi onírico
que Ferdinand Hodler hace en El Niesen
visto desde Heustrich., el cielo de un azul intenso se ve interrumpido por
el Niesen verde, plano e imponente y ambos rodeados de una extraña danza de
nubes. La variedad es tal entre estas diversas cordilleras que se desencadena
un debate encarnizado en el que sólo puede salir ganando el visitante.
Árboles y plantas
G. Seurat - El bosque de Pontaubert, 1881 |
El
camino nos lleva por una vereda sinuosa, a veces más verderona, a veces menos. Con
árboles, líquenes, humedales… Después de los de la escuela de Barbizon, los impresionistas ya rechazados y por tanto, conocidos, se cuelan también por el
bosque de Fontainebleau. La vegetación no será ya un mero decorado sino la
protagonista indiscutible de los retratos. Algunos harán de un tronco de árbol
la figura central pero otros, nos harán deleitarnos con el sol que se filtra
entre las hojas. No cabe ninguna duda de que sobre el lienzo de T. Rousseau
acaba de caer un buen chaparrón: nos lo chiva el color del cielo, el brillo de
los arbustos, el suelo… No muy lejos nos topamos con el único puntillista expuesto.
Un joven Seurat nos da su particular visión fragmentada de El bosque de Pontaubert, donde el verde ha ido ganando terreno a
los tonos terrosos que poco a poco el pintor científico eliminará de su paleta.
Cuestión aparte merece el contraste entre Álamos
a orillas del río Epte, atardecer, de Claude Monet y El hospital de Saint‐Remy de Vincent van Gogh. La dulzura y los
tonos pastel del primero chocan frontalmente con los retorcidos troncos del
neerlandés. “No invento todo el cuadro;
al contrario, me lo encuentro completamente hecho, pero sin desbrozar, en la
naturaleza” aseguraba en una carta a E. Bernard desde el asilo en el que se
encontraba, frente al hospital de Saint Remy.
C.
Monet - Álamos a orillas del río Epte, atardecer, 1891
V. van Gogh - El hospital de Saint‐Remy, 1889 |
Cascadas, lagos, arroyos y ríos
F. Hodler - Bosque con arroyo de montaña, 1902 |
A
partir de este punto el azul será el protagonista de los colores. Frente a La cascada de Mahoura, Cauterets, de Daubigny
todo queda pequeño. La vemos desde dentro del río y casi parece un milagro no
ser arrastrados por la corriente, al igual que ocurre con el Bosque con arroyo de montaña de Hodler.
¿Quién sabe cómo podemos mantenernos en pie en medio de ese torrente
expresionista? Sin respuesta nos colamos entre la espesura de El arroyo de Brème. Courbet nos
introduce en una catedral de ramas en la que agua y la floresta se funden hasta
no saber dónde empieza una y termina la otra. Frente por frente han colocado
otro cuadro del mismo creador: El Château
de Chillon. La superficie del lago Lemán desprende todo tipo de destellos
sobre su superficie en plácido reposo frente a la que el bello castillo gótico
es apenas nada.
G. Courbet - El Château de Chillon, 1874 |
Cielos y nubes
E. Boudin - Estudio de cielo sobre la dársena del
puerto comercial de El Havre, c. 1890‐1895 |
Llega
el momento de alzar la cabeza y disfrutar de amaneceres, atardeceres, cielos
enmarañados y auténticas trombas de agua. Los trazos agitados de Van Gogh
tienen un paralelismo en los cielos de Boudin. La dársena de Le Havre se
muestra multicolor a nuestros ojos en clara oposición a la increíble
tranquilidad que presenta ahora el holandés con Los descargadores en Arlés. Las siluetas recortadas contra el
atardecer del puerto ofrecen una inquietud sólo al nivel de su propia calma.
“El cielo es la ‘fuente de luz’
en la naturaleza y lo gobierna todo”.
Estas palabras son de J. Constable a su amigo J. Fischer pero parece que quien
las entendió a la perfección fue Monet, o al menos así se ve plasmado en Lluvia en Belle‐Île‐en‐mer. Los pigmentos
se desbordan en esta tormenta refulgente. El expresionista Emil Nolde es el
encargado de cerrar con sus esponjosas Nubes
de verano el diálogo celeste
El mar
G. Courbet - La ola, c. 1869 |
La
última parada tiene lugar entre olas de espuma salubre. Todo parece estar en
calma hasta que La ola de Courbet
pretende engullirnos. Desde la pared algo llama la atención aún más de lo
normal: unas imágenes se asemejan mucho a otras. Se trata de Étreat, una
pequeña localidad en la costa norte de Francia donde las playas dan paso a
increíbles acantilados y entre ellos, un arco de piedra natural llamado Porte
d'Aval y frente a ella una columna monumental, L'aiguille d'Etretat. Hasta allí
se encaminaron algunos y así es como podemos comparar la visión que tuvieron de
ese lugar Monet, Boudin y Courbet. “…la
tormenta ha aumentado en violencia, es algo extraordinario de ver el mar; ¡qué
espectáculo! Está de tal manera desencadenado que uno se pregunta si será
posible que se vuelva a calmar” así describía sus sensaciones Monet a la
que sería su segunda esposa, Alice Hoschedé. Al mar agitado y la tormenta
suceden la calma de Boudin y parece que todo está tranquilo cuando Renoir nos
revela la hermosura de la Marea baja,
Yport, a poco más de diez kilómetros de sus compañeros.
Hemos
caminado de la tierra al mar, entre peñascos, mirando al cielo, por riachuelos
y florestas. Ahora toca salir a la calle pero se lo advierto, con tanta luz
acumulada en las retinas el exterior puede resultar verdaderamente oscuro.
Pierre‐Auguste Renoir - Marea baja, Yport, 1883
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Para
más información sobre “Impresionismo y aire libre. De Corot a Van Gogh”,
visitar el microsite de la exposición.
Podrán
observar este centenar de cuadros hasta el 12 de mayo en el Museo Thyssen-Bornemisza
de Madrid.
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