miércoles, 10 de abril de 2013

¿Seguro que es pintura?


Dan ganas de comerse las piruletas, jugar al pinball, conducir las motos, jugar con la nieve o llamar desde las cabinas. Pero no se puede. Son aún más reales que fotografías, pero no hay que engañarse: son pinturas.

Roberto Bernardi - Meeting (Reunión), 2012

Si en las cartelas no especificase que son óleos o acrílicos costaría mucho creer que no son instantáneas. Y sin embargo, nada más alejado de la realidad. Para dejarnos boquiabiertos estos pintores emplean largas horas, semanas y meses. Su trabajo no es breve en absoluto. Hiperrealismo 1967–2012 nos propone un recorrido desde los inicios de este movimiento hasta ahora mismo a través de distintas tendencias representativas que van desde el mundo del motor, los objetos cotidianos, las ciudades o el casi inexistente retrato. Medio centenar de obras que podemos contemplar en el Museo Thyssen‐Bornemisza de Madrid gracias a la organización del Institut für Kulturaustausch (Instituto para el Intercambio Cultural de Alemania).

Chuck Close - Self Portrait, 1977
Nada más bajar las escaleras el Rookery Building de Chicago nos da la bienvenida. El hall que proyectase Frank LLoyd Wright cobra vida ante nuestros ojos de la mano del galés Ben Johnson. Su obra, junto a dos sorprendentes retratos de Chuck Close y unas gigantescas bolsitas de azúcar gentileza de Ben Schonzeit, sirve de aperitivo para la exposición. Abran bien los ojos porque a partir de aquí comienza el recorrido para conocer más de cerca este movimiento artístico nacido en los años sesenta.


Don Jacot - Rush Hour (Horapunta), 2009
Los pequeños objetos cotidianos aumentan de tamaño para llenar nuestra mirada de colores vibrantes en la primera sala, Bodegones (still lives). Unos colosales cochecitos de hojalata se desesperan atrapados en una carretera ficticia creada por Don Jacot. Se trata de Rush Hour (Hora punta) un episodio muy colorido de 2009 que recuerda a los juguetitos de Charles Bell que tenemos en la pared contraria. De este papá americano de los bodegones fotorealistas impresiona Paragon (1988), un pinball visto tan de cerca que parece que la bolita podría saltarnos un ojo sin dificultad alguna. Para poner un contrapunto entre tanto éxtasis de color aparece America’s Favourite (Los favoritos de América). Esta imagen de 1989 nos muestra a través de los ojos de Ralph Goings lo que encontramos sobre la mesa de un típico restaurante de comida rápida estadounidense. Distintos botes, salsa de kétchup, servilletas y la carta sobre la lustrosa mesa de la cafetería. Aunque todo esté listo para pedir un menú y satisfacer nuestro apetito, éste no es un ejemplo paradigmático de este autor de la Costa Oeste, cuyas imágenes más repetidas son grandes coches y camiones. Aunque puestos a picotear no habrá para los golosos nada mejor en toda la muestra que el Meeting (Reunión) de Roberto Bernardi. Las piruletas, caramelos y golosinas que inmortalizó el año pasado el italiano hacen la boca agua si bien habrá que tomarse algún tiempo para devorarlos porque su más de medio metro podría con el más voraz de los glotones. No sería justo irse de esta sala sin echar un ojo a las dos obras de la representante femenina más importante de la primera generación de este movimiento. Tanto Shiva Blue como Queen (Reina) son realmente impresionantes, pero los brillos que alcanzan los tubos de óleo apilados en el primero nos hacen preguntarnos por qué Audrey Flack decidió abandonar el lienzo por la escultura.

Audrey Flack - Shiva Blue, 1972‐73


Peter Maier - Gator Chomp, 2007
Y de los infantiles coches de chapa, a las adultas carrocerías relucientes con En la carretera (on the road). Los motivos de motos, coches, caravanas, camiones, etc. son muy apreciados por los seguidores de este movimiento pues les permiten la representación de superficies deslumbrantes muy complejas de pintar además de reflejar el ‘american way of life’ (‘estilo de vida americano’), algo muy propio sobre todo de los representantes de la primera época. A cualquiera le entran ganas de montarse en la Triumph Trumpet (1977) de Tom Blackwell o en la Butler Terrace (1973) de David Parrish. Es una verdadera lástima que carezcan de tercera dimensión porque parece que sus motores están a punto de rugir como locos. Eso sí, nada tiene que envidiar el relumbrante detalle del Mobile Reentry Vehicle (1990) de Gus Heinze o los escarabajos beige de Don Eddy que conforman el cartel de la exposición. Claro que si algo refulge en esta sala son las dos obras del diseñador gráfico Peter Maier. Y no es casualidad. Maier no sólo es artista sino que también diseña automóviles por lo que su técnica difiere de todo lo que nos vamos a encontrar aquí. Nada de tinturas habituales en arte sino pintura especial para coches aplicado con aerógrafo sobre una superficie de aluminio. Así, con hasta veinticinco capas de color, puede engañar a nuestro ojo al que le cuesta asumir que no está ante un objeto tridimensional.

Izda. Tom Blackwell - Triumph Trumpet, 1977
Dcha. David Parrish - Butler Terrace, 1973


Tom Blackwell - Sequined Mannequin
(Maniquí con lentejuelas)
, 1985
Tenemos que apearnos para pasar a la sección más amplia. Ciudades (cities) contiene más de veinte ejemplares ante los que pararse un buen rato. Las superficies brillantes y los reflejos de cristal vuelven a tener gran importancia de la mano de escaparates, detalles metálicos o letreros luminosos. Pero también entran aquí en juego las grandes perspectivas aéreas de las ciudades, casi desiertas de vida humana para la ocasión. Davis Cone nos invita en Cameo (1988) a visitar un cruce de calles en los que no hay un alma. No es que no den ganas de pasear porque todo es tan real que cualquiera diría que podemos entrar al cine que da título al cuadro pero lo cierto es que no hay nadie paseando por ahí. Algo similar ocurre con el Nedick’s (1970) de Richard Estes, un restaurante de comida rápida de metales resplandecientes pero en efecto poco frecuentado. Tom Blackwell sustituye también lo humano por lo artificial con Sequined Mannequin (Maniquí con lentejuelas) 1985. Tan sólo en los reflejos del escaparate o a través de él podemos adivinar a personas reales. Semejante es el efecto de las frías cabinas telefónicas de Richard Estes con Telephone Boots (1967), una composición geométrica siguiendo su particular estilo. Y de estos fragmentos urbanos, a los grandes paisajes de agitadas metrópolis. Looking Back to Richmond House (2011) abre la veda. Anthony Brunelli nos muestra Main Street (1994) en su clásico formato de foto panorámica, que muy probablemente habrá topado también él mismo. Robert Neffson nos sitúa en el cruce de 57th Street and 5th Avenue (2010) justo después de que haya llovido.

Robert Neffson - 57th Street and 5th Avenue
(La Calle 57 y la Quinta Avenida)
, 2010


Pero Bertrand Meniel se merece párrafo aparte y un buen Sinatra cantando a pleno pulmón para poner banda sonora a su cuadro del año pasado The City That Never Sleeps. La ciudad que hemos visto en tantas películas se desnuda una vez más para nosotros y nos deja disfrutar de todos los rasgos de su anatomía. A la caída de la tarde las luces se encienden en los grandes rascacielos, los neones cobran vida y el ajetreo en las calles no descansa. Estamos entre la Séptima Avenida y la Calle 50. No hay ninguna duda porque en el Winter Garden Theater ponen Mamma Mia y podemos observar cada detalle de este cruce. Casi podríamos colarnos en el pub irlandés Emmett O'Lunney's después de ver el musical aunque si nos ponemos voyers incluso nos daremos cuenta de que a un hombre se le ha olvidado echar las cortinas y vemos cómo se está abrochando los pantalones. Hasta ese punto llega la minuciosidad de este fotorrealista francés cuya vista debe ser magnífica dado que su lema es “si puedo verlo, puedo pintarlo”.

Bertrand Meniel - The City That Never Sleeps
(La ciudad que nunca duerme)
, 2012


Raphaella Spence - Canal Grande, 2007
Dejando a un lado, o atrás quizá, la indudable vista de lince de Meniel, vale la pena asomarse al Canal Grande (2007) de Raphaella Spence, admirar El Arno al atardecer (2007) de Anthony Brunelli o el Pont des Arts  (2008) de Robert Neffson. En estos tres cuadros el agua alcanza destellos de increíble realidad al tiempo que se funde con el cielo y con el paisaje urbano. Si resultaba curioso el modo de trabajo de Peter Maier, Spence no es menos. Se pasea por el orbe sacando fotos con una supercámara de 66 megapíxeles desde un helicóptero y después, ni corta ni perezosa, traslada las instantáneas al lienzo píxel por píxel. Este encaje de bolillos es el que permite la nitidez que nos asombra cuando estamos ante su trabajo. Cuando parece que ya no podemos ver nada más, llega Robert Gniewek y sus juegos de luz y atardecer. En la gasolinera de Gas (1990) ya se observa un excelente manejo de la iluminación artificial pero lo que consigue casi veinte años más tarde con Monaco Casino (2009) es asombroso: recortadas contra una noche realmente cerrada contrastan la calidez de las farolas que alumbran a la izquierda con las frías lucecitas de la marquesina del casino en primer plano. Cualquiera diría que hay un interruptor que permite apagar.

Robert Gniewek - Monaco Casino (El Casino de Mónaco), 2009


Y ya a punto de dejar la ciudad nos sorprende el temporal de nieve. Randy Dudley nos lleva a una calle realmente incómoda de transitar con 18th Street Near Wentworth (2009) y Rod Penner nos presenta una escena tan bucólica como ausente de vida que data del 98 en 212/ House With Snow. Una casita blanca rodeada de nieve digna de película navideña en la que los críos están a punto de salir y hacer un muñeco con zanahoria por nariz incluida.

Rod Penner - 212/ House With Snow (212/ Casa Nevada), 1998


Bernardo Torrens – Allí te espero, 2003
Ahora llegamos al final. Tras más de cuarenta obras carentes de vida llegan los retratos que tanto escasean en este movimiento. Siete son las obras que nos brindan en Cuerpos (bodies). Serina ’72 (1972) nos da la bienvenida semidesnuda pero eso sí mucho más pudorosa que Oksana ’94 (1994), que nos espera con el liguero y todo. Ambos son hermosos cuerpos sin rostro cortesía de John Kacere, el fotorrealista que le dedicó al cuerpo femenino toda su carrera a partir del año 69. Siempre cuerpos semidesnudos, siempre recortados de la cadera a la rodilla. A veces de frente, otras de espaldas y en ciertas ocasiones, de pie en lugar de tumbados. Varían las telas, el nivel de puritanismo y las modelos. Sólo eso. Otro de los pocos artistas hiperrealistas a los que les interesan los seres humanos más que la tecnología y lo brillantoso es el israelí Yigal Ozeri. Éste se centra en mujeres generalmente jóvenes y hermosas en paisajes de ensueño, con un aire un tanto élfico. Es el caos de Jessica in the Park (2010) aunque no tanto de Lizzie Smoking (2010) cuya actitud resulta más descarada mientras deja escapar volutas de humo por sus labios entreabiertos. Parpadeen lo que quieran pero lo crean o no, lo que están mirando no es sino óleo sobre papel. Para poner el punto y final llega Bernardo Torrens, un pintor madrileño especializado en el cuerpo, particularmente femenino y generalmente desnudo. El último rayo de sol (2006) es una buena muestra de la idiosincrasia de su obra, una mujer desnuda de cuerpo entero. Sin embargo, resultan también muy interesantes Allí te espero (2003), una composición eminentemente clásica pero cuyo hiperrealismo no tiene nada que envidiar, así como Pinche (2006-2007), una imagen más costumbrista pero capaz de dejar de piedra por su autenticidad.

Yigal Ozeri - Jessica in the Park (Jessica en el parque), 2010


Hasta aquí la exposición Hiperrealismo 1967–2012. Ahora sí llega el momento de salir al mundo real y preguntarse si de verdad lo es.

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Hiperrealismo 1967-2012 podrá visitarse en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid hasta el 9 de junio.


4 comentarios:

  1. ¡Espectacular! ¡Me encanta! ¡Parecen fotos! :O

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    1. Es una exposición espectacular... ¡¡es un crimen vivir en Madrid y perdérsela, la verdad!!

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  2. Es un crimen vivir en Bizkaia y perdersela..tan solo esta a cuatro horas en bus. Si, fue genial verla y genial la entrada que has publicado Elvira...te lo has currado de lo lindo. Enhorabuena

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    1. Muchas gracias por tu comentario. Me alegro de que te haya gustado el post y mucho más, de que te hicieses 4 horazas en bus para disfrutar esta exposición. Tienes toda la razón: no hacerlo es un crimen para con nosotros mismos.
      Un abrazo.

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